Bajo el lente de Gio Morales

Su trabajo ha sido reconocido mundialmente, ha recibido un sin número de galardones y ha trabajado con estrellas de talla internacional. Este hombre oriundo de Medellín, Colombia se ha ganado el respeto y la admiración de millones de personas, gracias a su talento innato y su trabajo arduo que hoy en día desempeña en una de las ciudades mas prestigiosas del mundo, Miami.

Gio Morales emigró a los Estados Unidos de América en el año 1999. Con una mochila en mano, miles de sueños y una amplia experiencia en los medios de comunicación comenzó a trabajar en importantes emisoras de la ciudad de Miami, junto a personalidades como Humberto Rodríguez Calderón más conocido como ‘El GATO’. Sin embargo su profesión era la publicidad y su sueño era trabajar en el ámbito creativo, pero lo que mas le gustaba hacer era la fotografía.

N: Gio, ¿Cuándo decidiste dedicarte 100% a la Fotografía?
G: Estudié publicidad y la clase que más me gustaba era la de fotografía. Incluso pensaba ser fotógrafo creativo, pero un día fui al matrimonio de mi mejor amiga y me di cuenta cómo funcionaba la fotografía de bodas. Mientras trabajaba en la radio empecé a tomar cursos, aprender conceptos y desde entonces decidí enfocarme 100% en esto que me apasiona, aunque también hago de vez en cuando radio y voice overs.

N: ¿Qué es lo que mas te gusta de este tipo de fotografía ?
G: Me gusta capturar los momentos mas importantes de la vida de las personas. Ese reto de congelar los momentos que años después las novias ven y se ponen a llorar. Siempre quise causar ese sentimiento.

N: ¿Una boda que nunca olvidarás?
G: Hay una en especial. Solamente he llorado dos veces tomando fotos. En una, es una novia que esta hablando con su padre y él está llorando. Al tomar esa foto se me venían las lagrimas porque sabia la historia detrás. El padre tenia cáncer en la garganta e iba a morir. Al terminar la ceremonia, los novios salen caminando, el papa está en la primera fila de la iglesia, él quiere felicitarla pero la voz no lo deja. Yo le digo a ella que lo vea, cuando se acerca a él, lo abraza, lo mira a los ojos y se le vienen las lágrimas. El sueño de la novia era que yo pudiera tomarle fotos junto a su padre, porque sabia que no le quedaba mucho tiempo de vida.

Otra de las pasiones de Gio es viajar. Su trabajo y sus ganas de conocer el mundo le han permitido explorar países como México, República Dominicana, Puerto Rico, Bahamas, Jamaica, España, Panamá, Ecuador, Japón, China, Vietnam, Israel, Jordania, entre otros.

He estado en México nueve veces, es el país al que mas veces he ido, tanto que me siento mexicano. Cuando fui por primera vez sentí una conexión única que no he sentido con ningún otro país. Asia me encanta, tengo una fascinación con sus países. También me encantó Tailandia, su gente, sus paisajes, su cultura, su comida, la espiritualidad de la gente.

N: ¿Pero has visitado un pequeño pueblo en Colombia que tengo entendido te ha dejado fascinado en todos los aspectos?
G: A parte de la fotografía de bodas también me apasiona la fotografía de calle, ‘Street photography’ o ‘travel photography’. Cuando visité el pueblo de Jericó, en Antioquia, me enamoró que es un municipio muy pintoresco. La gente es súper amable, en cada esquina hay una historia que contar. Poder narrar sus experiencias por medio de mi lente es una experiencia increíble. Las calles empedradas, su vegetación, mas que ser el pueblo de la Santa Madre Laura, es la gente que te cautiva y como es tan colorido se lo puedes mostrar al mundo y la gente va a querer ir a conocerlo.

 

Las manos de Manuel Mejía Vallejo

 

 

El escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo tenía un impulso innato a hacer oficios manuales; el dibujo y la talla hicieron parte de su rutina.

Manuel Mejía Vallejo nació en Jericó, Antioquia, el 23 de abril de 1923. Las montañas de la tierra en la que creció y las imágenes de ríos brumosos que bajaban de la Cordillera Central fueron inspiración para su literatura y las guías para lo que hacían sus manos. Aunque su  quehacer artístico estuvo siempre vinculado a la escritura, su formación y su cotidianidad estuvieron encaminados a las bellas artes y las artesanías. De su origen montañero, que lucía con orgullo, se trajo la contemplación, su amor por las fincas acompañadas de buena música y mucho ron y la necesidad imperiosa de usar sus manos y volcarlas en diferentes oficios; él escogió tallar juguetes y dibujar.

Dibujo de animales. Manuel Mejía Vallejo. Archivo Biblioteca Pública Piloto. BPP-D-MMV-0231Su familia estuvo siempre en contacto con el ejercicio artístico. Su hermana Rosana fue una reconocida ceramista que llegó a ganar varios premios de arte nacionales, su mamá tuvo acercamientos a la cerámica y a la pintura y su tía Jesusita Vallejo fue una gran pintora. Desde niño tuvo contacto con prácticas estéticas y eso hizo que luego de terminar el colegio en Medellín, en 1943 se inscribiera a la carrera de Bellas Artes para estudiar dibujo y cerámica. Con lo que no contaba era que su madre entregara la novela La tierra éramos nosotros al grupo de los Panidas encabezado por León de Greiff, que fuera publicada y que esto cambiara su camino para siempre.  

Esto, sin embargo, no significó que dejara el impulso manual. En la casa que compartió con su esposa e hijos en el centro de Medellín, donde nunca faltaba la Coca Cola para el ron y el arroz para las tortolitas, llegaba algunos días un modelo que se ubicaba en el patio, que era el epicentro de la casa, y era retratado por Manuel y algunos de sus amigos como Óscar Jaramillo y Elkin Restrepo y su suegra Dora Ramírez, reconocida pintora antioqueña, cuenta su hija Valeria Mejía.

Estas tertulias fueron parte de sus actividades habituales al tiempo que se consagraba como uno de los escritores más importantes de la narrativa colombiana contemporánea. Los numerosos cuentos y poemas acompañaron a novelas como El día señalado con el cual ganó el premio Nadal en 1963, Aire de Tango con la cual recibió el Premio Bienal de Novela Colombiana en 1973 y La casa de las dos palmas que lo hizo merecedor del Rómulo Gallegos en 1988.

Le gustaba más dibujar que la pintura y la acuarela y apreciaba las formas simples; pensaba que lo fascinante del dibujo era el trabajo de síntesis: “quitarle a la realidad todo lo que sobra y dejar lo esencial”, recuerda su amigo Luis Fernando Macías. Su línea era cuidada y fina y tenía cierta fascinación por los desnudos de mujeres que resolvía con un pulso seguro y firme.

Aunque su pulsión creativa siempre estuvo más volcada a la escritura y su angustia permanente respondía más a la página en blanco que al lienzo crudo, ambas prácticas se complementaban y nutrían su imaginario. Ambos usaban la observación y la atención al detalle y ambos retrataban la realidad filtrada por una mirada leída, culta y siempre asombrada frente a la cotidianidad y la belleza.

Esta inclinación al dibujo no se inmiscuye como tema en su obra literaria, pero sí le fue útil. Hizo varias carátulas de libros con un trazo sencillo y se recuerda especialmente la portada del poemario Soledumbres; un azul brillante se interrumpe con el título y el crédito y en una esquina se asoma en trazo blanco delgado una mujer desnuda que mira una ventana.

Manuel Mejía también fue muy buen tallador. Cuando estudió Bellas Artes había tomado cursos de tallado de madera y dentro de su grupo de amigos estaban escultores como Edgar Negret, Oscar Rojas, José Horacio Betancur y Rodrigo Arenas Betancourt. Sus creaciones no tenían una pretensión tan rimbombante ni profesional como las de sus amigos, sino que se limitaban a crear juguetes en balso.

La única tarjeta de presentación que tuvo, regalo de Juan Luis Mejía, decía en letra mayúscula sencilla en color negro: MANUEL MEJÍA VALLEJO, INVENTOR DE JUGUETES, y estaba decorada con un dibujo de un caballo mecedor. Sobre todo era un apasionado por los mecanismos; le gustaba pensar en maneras ingeniosas de hacer que sus juguetes se movieran.

Dicen, que se sentaba sobre cualquier banco y tomaba pedazos de balso y los comenzaba a tallar con una navajita que mantenía en el bolsillo. Los diseños eran rústicos y modestos pero siempre con una idea específica detrás que hablaba de él y sus pensamientos. Muchos de los juguetes que hizo eran maromeros y doble maromeros: los amantes que al juntarse se besan, los gallos que pelean, boxeadores que se dan puños y toreros. Según su ex esposa Dora Echeverría, para él los juguetes eran una analogía a su pensamiento: “él tenía la visión que somos muñecos de Dios, que aunque tenemos la sensación de poder controlarlo todo, hay alguien que jala las cuerdas y define cada movimiento, como lo hacen las manos de alguien con los maromeros”.

Su fascinación con los juguetes no era únicamente en tallarlos; también solía coleccionarlos. Las figuras precolombinas, las cerámicas de Boyacá y pequeños jugueticos de diferentes técnicas artesanales eran un deleite para él. Dora Echeverría recuerda que cada que viajaban, una parada obligada eran las plazas y mercados para buscar juguetes artesanales y muñequitas para su curiosidad. Eran atesorados por él y jugados por sus hijos.

Aunque Manuel solía compartir con sus amigos y su familia las actividades que hacía, estas en las que utilizaba sus manos eran también una forma de meterse en sí mismo, una especie de meditación en la que se conectaba con sus orígenes campesinos a través del hacer y que hacía que su imaginación estuviese activa y dispuesta siempre a materializar.

Manuel Mejía murió un 23 de julio cuando tenía 75 años. Sus cenizas están en un árbol en Ziruma, la que fue su finca en El Retiro, Antioquia. Ojalá ese árbol permanezca en pié y si alguna vez se cae, que se haga con su madera juguetes que nos hablen de la vida y papel para retratarla.