Cosmos, de Andrzej Żuławski

Realidad transfigurada

Por Melissa Mira Sánchez
Ilustración: Laura Ospina

Dos jóvenes están buscando hospedaje y dan con un hostal de una familia bastante excéntrica. Desde su llegada, un gorrión colgado cerca a la entrada del hostal llama la atención de Witold, uno de los jóvenes; este hecho es solo el primero de una serie de eventos peculiares que se irán sumando durante su estadía, y que parecerán estar asociados entre sí. 

De acuerdo a la intención autoral, puede decirse que el cine hace sus propias demandas respecto a la posición que supone del espectador, de allí que ver una comedia romántica o una película de acción implique un ejercicio distinto que ver un documental o una película de arte y ensayo. 

Enfrentarse a Cosmos es justamente eso, un ejercicio, que en este caso invita a considerar y reinterpretar constantemente los diferentes elementos que se van sumando a la historia, pero esto, más que una implicación termina siendo una necesidad, un inevitable deseo, como espectador, de encontrar conexiones plausibles, de darle un orden al caos. 

Lo cautivador de esta historia no solo reside en su singularidad, sino en el tono y el ambiente que logra crear, gracias a la conjugación de unos personajes estrafalarios e impredecibles, puestos en situaciones igualmente particulares, y su tinte marcadamente dramático que por esta vía deriva en absurdo.

Dentro de la lógica de Cosmos, estos personajes se encargan de naturalizar lo extraño, los diálogos que intercambian no siempre se corresponden sino que cada uno parece estar en su mundo, y repentinamente, opinar o actuar de manera casi errática, en especial Witold, quien toma como inspiración para la escritura de una novela los sucesos por los que atraviesa durante su estadía y el repentino apasionamiento que experimenta por Lena, la hija de los dueños.

El hilo dramático de la película está trazado por los descubrimientos de las diferentes pistas que se van develando, estas claves se acumulan y se yuxtaponen a lo largo de la trama y son constantemente evocadas por el protagonista, quien las descifra a su manera y las mezcla con sus propias fantasías tratando de construir un sentido. De esta manera, el filme se convierte en un recorrido a través de la explosión de emociones de los personajes, cuya cotidianidad se ve afectada por los hechos extraños que van ocurriendo y las alteraciones que estos provocan en el orden de la casa, una marea dramática matizada por la comicidad del absurdo.

En ocasiones la puesta en escena parece una suerte de continuo performance, sea por las interpretaciones actorales, que de forma constante hacen referencia al cine, la literatura y el arte en general, por la constante declamación de los personajes, o por la disposición de los elementos que se construye desde el montaje. 

Más allá de decodificar el juego formal y estético que propone la película, resulta enriquecedor despojarse de la convención de encontrar en el cine un reflejo de lo real, y entender el filme como un viaje que deja entrever las pasiones y pulsiones de la naturaleza humana, una construcción poética que bien podría considerarse cercana al surrealismo, y que evidencia la libertad de Żuławski para rehusarse al empleo de las narrativas tradicionales en beneficio de la transfiguración de la realidad y la interpelación al espectador.

Como en el cosmos, en medio del caos la entropía encuentra nuevas dinámicas de orden, quizá son estos fenómenos de sublime belleza los que podemos augurar ahora, en medio de una contingencia en la que parece que el futuro se desdibuja. Este impasse no sólo da lugar a la incertidumbre, también es un alto que nos invita a la búsqueda de dinámicas alternativas para relacionarnos con el presente, quizá más trascendentales y más humanas.