Memoria por correspondencia | Emma Reyes

Cuando la pintora colombiana Emma Reyes nunca pensó ni quiso ser reconocida como una gran escritora, la editorial independiente Laguna Libros publicó Memoria por Correspondencia en 2012 casi diez años después de su muerte.

Este libro recoge la historia de la infancia de la artista en 23 cartas dirigidas a su amigo, el intelectual Germán Arciniegas, en las que se revela una miseria casi divertida. La falta de comida, de luz, de agua, de amor y de todo son una constante en estas cartas que funcionan como cuentos, pero que, al contrario de generar un odio por las circunstancias, propicia la creación del mundo interior, sumamente poético y fantástico filtrado por los ojos de una niña de cinco años.

A los 20 años, Emma apenas estaba aprendiendo a escribir y luego de pasar por muchas dificultades, llegó a Argentina, se convirtió en pintora, trabajó en el taller del artista mexicano y esposo de Frida Kahlo, Diego Rivera, vivió en Italia y finalmente se radicó en París con dedicación exclusiva a su arte. Sin embargo, en Colombia su obra pictórica pasó casi desapercibida y es que durante su vida se privilegió más su historia de vida que su trabajo artístico; asunto del que siempre renegó. Uno de los artistas más importantes de nuestro país, Luis Caballero escribió una vez en un libro de Ramiro Castro que recogió textos críticos sobre la obra de Emma: “Hay pintores míticos, de leyenda. De los que se habla en torno a quienes se tejen y destejen anécdotas, pero cuya pintura se ignora. Emma es uno de ellos. Su enorme personalidad impide que se vea su obra para desventura de quienes aman la pintura. La leyenda de Emma se ha elaborado a partir de su propia vida a pesar de su obra; es por eso tal vez que su obra es ignorada”.

Las manos de Manuel Mejía Vallejo

 

 

El escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo tenía un impulso innato a hacer oficios manuales; el dibujo y la talla hicieron parte de su rutina.

Manuel Mejía Vallejo nació en Jericó, Antioquia, el 23 de abril de 1923. Las montañas de la tierra en la que creció y las imágenes de ríos brumosos que bajaban de la Cordillera Central fueron inspiración para su literatura y las guías para lo que hacían sus manos. Aunque su  quehacer artístico estuvo siempre vinculado a la escritura, su formación y su cotidianidad estuvieron encaminados a las bellas artes y las artesanías. De su origen montañero, que lucía con orgullo, se trajo la contemplación, su amor por las fincas acompañadas de buena música y mucho ron y la necesidad imperiosa de usar sus manos y volcarlas en diferentes oficios; él escogió tallar juguetes y dibujar.

Dibujo de animales. Manuel Mejía Vallejo. Archivo Biblioteca Pública Piloto. BPP-D-MMV-0231Su familia estuvo siempre en contacto con el ejercicio artístico. Su hermana Rosana fue una reconocida ceramista que llegó a ganar varios premios de arte nacionales, su mamá tuvo acercamientos a la cerámica y a la pintura y su tía Jesusita Vallejo fue una gran pintora. Desde niño tuvo contacto con prácticas estéticas y eso hizo que luego de terminar el colegio en Medellín, en 1943 se inscribiera a la carrera de Bellas Artes para estudiar dibujo y cerámica. Con lo que no contaba era que su madre entregara la novela La tierra éramos nosotros al grupo de los Panidas encabezado por León de Greiff, que fuera publicada y que esto cambiara su camino para siempre.  

Esto, sin embargo, no significó que dejara el impulso manual. En la casa que compartió con su esposa e hijos en el centro de Medellín, donde nunca faltaba la Coca Cola para el ron y el arroz para las tortolitas, llegaba algunos días un modelo que se ubicaba en el patio, que era el epicentro de la casa, y era retratado por Manuel y algunos de sus amigos como Óscar Jaramillo y Elkin Restrepo y su suegra Dora Ramírez, reconocida pintora antioqueña, cuenta su hija Valeria Mejía.

Estas tertulias fueron parte de sus actividades habituales al tiempo que se consagraba como uno de los escritores más importantes de la narrativa colombiana contemporánea. Los numerosos cuentos y poemas acompañaron a novelas como El día señalado con el cual ganó el premio Nadal en 1963, Aire de Tango con la cual recibió el Premio Bienal de Novela Colombiana en 1973 y La casa de las dos palmas que lo hizo merecedor del Rómulo Gallegos en 1988.

Le gustaba más dibujar que la pintura y la acuarela y apreciaba las formas simples; pensaba que lo fascinante del dibujo era el trabajo de síntesis: “quitarle a la realidad todo lo que sobra y dejar lo esencial”, recuerda su amigo Luis Fernando Macías. Su línea era cuidada y fina y tenía cierta fascinación por los desnudos de mujeres que resolvía con un pulso seguro y firme.

Aunque su pulsión creativa siempre estuvo más volcada a la escritura y su angustia permanente respondía más a la página en blanco que al lienzo crudo, ambas prácticas se complementaban y nutrían su imaginario. Ambos usaban la observación y la atención al detalle y ambos retrataban la realidad filtrada por una mirada leída, culta y siempre asombrada frente a la cotidianidad y la belleza.

Esta inclinación al dibujo no se inmiscuye como tema en su obra literaria, pero sí le fue útil. Hizo varias carátulas de libros con un trazo sencillo y se recuerda especialmente la portada del poemario Soledumbres; un azul brillante se interrumpe con el título y el crédito y en una esquina se asoma en trazo blanco delgado una mujer desnuda que mira una ventana.

Manuel Mejía también fue muy buen tallador. Cuando estudió Bellas Artes había tomado cursos de tallado de madera y dentro de su grupo de amigos estaban escultores como Edgar Negret, Oscar Rojas, José Horacio Betancur y Rodrigo Arenas Betancourt. Sus creaciones no tenían una pretensión tan rimbombante ni profesional como las de sus amigos, sino que se limitaban a crear juguetes en balso.

La única tarjeta de presentación que tuvo, regalo de Juan Luis Mejía, decía en letra mayúscula sencilla en color negro: MANUEL MEJÍA VALLEJO, INVENTOR DE JUGUETES, y estaba decorada con un dibujo de un caballo mecedor. Sobre todo era un apasionado por los mecanismos; le gustaba pensar en maneras ingeniosas de hacer que sus juguetes se movieran.

Dicen, que se sentaba sobre cualquier banco y tomaba pedazos de balso y los comenzaba a tallar con una navajita que mantenía en el bolsillo. Los diseños eran rústicos y modestos pero siempre con una idea específica detrás que hablaba de él y sus pensamientos. Muchos de los juguetes que hizo eran maromeros y doble maromeros: los amantes que al juntarse se besan, los gallos que pelean, boxeadores que se dan puños y toreros. Según su ex esposa Dora Echeverría, para él los juguetes eran una analogía a su pensamiento: “él tenía la visión que somos muñecos de Dios, que aunque tenemos la sensación de poder controlarlo todo, hay alguien que jala las cuerdas y define cada movimiento, como lo hacen las manos de alguien con los maromeros”.

Su fascinación con los juguetes no era únicamente en tallarlos; también solía coleccionarlos. Las figuras precolombinas, las cerámicas de Boyacá y pequeños jugueticos de diferentes técnicas artesanales eran un deleite para él. Dora Echeverría recuerda que cada que viajaban, una parada obligada eran las plazas y mercados para buscar juguetes artesanales y muñequitas para su curiosidad. Eran atesorados por él y jugados por sus hijos.

Aunque Manuel solía compartir con sus amigos y su familia las actividades que hacía, estas en las que utilizaba sus manos eran también una forma de meterse en sí mismo, una especie de meditación en la que se conectaba con sus orígenes campesinos a través del hacer y que hacía que su imaginación estuviese activa y dispuesta siempre a materializar.

Manuel Mejía murió un 23 de julio cuando tenía 75 años. Sus cenizas están en un árbol en Ziruma, la que fue su finca en El Retiro, Antioquia. Ojalá ese árbol permanezca en pié y si alguna vez se cae, que se haga con su madera juguetes que nos hablen de la vida y papel para retratarla.

Los días de la ballena: resistir Medellín y nadar a contracorriente

Catalina Arroyave siempre quiso hacer cine como guionista y directora; lo poco que la acercó su carrera cuando estudiaba Comunicación Social en la Universidad Eafit a su sueño la llevó a migrar a Argentina en donde la educación gratuita le permitiría estudiar guión y cine en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y así, por primera vez, escribió y dirigió su primer y único cortometraje hasta ahora: El truco (2010). Luego de nueve años volvió a escribir y a dirigir un proyecto cinematográfico, esta vez de proporciones tan grandes como las de una ballena azul. Detrás de su ópera prima hay años de mucho trabajo y multiplicidad de roles, pues Catalina además de haber sido productora, asistente de dirección y directora de casting en diferentes proyectos con los que nutrió su pasión y profesión, cofundó también hace nueve años junto a otros seis entusiastas Rara Colectivo Audiovisual, su casa productora y hogar cetáceo en el que ha logrado nadar en contra de corrientes que han querido limitarla a su entorno de origen, al deber ser de la clase media paisa en la que creció y a mantenerse al margen de temas y oficios que aún algunos creen ajenos a las mujeres en el cine.

Los días de la ballena narra la historia de Cristina y Simón, dos jóvenes grafiteros en Medellín que, sobre las amenazas pintadas en los muros por el combo del barrio para infundir el miedo estos dos artistas, deciden pintar una gran ballena con la firme intención de resistir y rechazar la censura y la imposición del miedo como método de control.

Como realizador audiovisual quise acercarme a Catalina para conversar y entender las otras luchas en su proceso de realización y las resistencias que hay detrás de su ópera prima como cineasta en Medellín.

Por Daniel Mateo Vallejo

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

En tu película hay tres momentos simbólicos que llevan al espectador al asombro de verse ante imágenes inusuales en un cine que representa a Medellín, ¿cómo crees que se ubica tu película en la tradición del cine hecho desde esta región?

Me parece que nuestra película hace parte de una tradición en muchos aspectos, sobre todo por el uso de actores naturales y por la aproximación a la calle, a querer contar unas realidades de la ciudad y no solamente de unos personajes particulares. Creo que tiene una apuesta y es que explora el terreno también de lo poético y de lo íntimo, de lo que pasa al interior de las casas, en el mundo interior de unos personajes, en unos diálogos cercanos, triviales, que lo que están haciendo también es revelando el amor —Laura Mora me dice que nuestra película sobre todo es escasa porque en Medellín poco se ha hablado del amor  entonces me parece que se inserta en esa tradición de alguna manera con elementos que la hacen común a otras, pero el elemento poético de la ballena sí que hace que al menos haya un código de lectura que lo que está proponiendo es, para mí, no contar la realidad, la verdad de una ciudad sino un punto de vista. 

Un punto de vista que además quiere que el espectador dialogue desde sus propias impresiones, que haya espacio para que no solamente veamos la realidad si no una aproximación metafórica de la realidad; creo que igual Víctor Gaviria ya había creado momentos surreales de alguna manera en sus pelis, pero Los días de la ballena lo que propone es entrar en el terreno de lo metafórico si se quiere, de lo simbólico. Nuestra película aporta una aproximación a la clase media que también ha sido bastante escasa en la cinematografía local, hemos insistido mucho en lo marginal también porque es muy doloroso, entonces creo que nuestra película tiene un querer hablar desde una voz propia y una mirada particular, eso creo.

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

Los días de la ballena al evidenciar cómo en esta ciudad estamos sometidos o acostumbrados día a día a convivir con la violencia o el crimen organizado ha sido asociada e incluso comparada con largometrajes como Matar a Jesús, de Laura Mora o Los nadie, de Juan Sebastián Mesa y Monociclo Cine, ¿crees que hay una única Medellín a representar desde el cine?

Me parece que de alguna forma la comparación es natural en la medida en que se está hablando de jóvenes en una ciudad que tiene características de violencia, pero creo que la apuesta de cada película es muy distinta, no solamente narrativa sino estéticamente, son miradas muy diferentes a Medellín. Creo, por supuesto, que no hay una única Medellín en el cine, todo lo contrario; cada vez más en el nacimiento de una pluralidad de voces mayor vamos a tener distintas ciudades retratadas y no solamente lo que se está mostrando sino cómo se está mostrando. Creo que a nosotros nos hace falta explorar los géneros, explorar también lo queer; para mí eso también es una cosa que hace falta en nuestra ciudad que apenas están haciendo por no hablar de lo que falta en términos experimentales, también hay un miedo a hacer narrativas más desestructuradas porque siento que apenas estamos empezando a contar a Medellín en el cine.

Pienso en los últimos diez años y creo que en comparación a las veces que se ha contado cualquier capital del mundo, aquí apenas estamos entendiendo cómo aproximarnos de otras maneras a contar a Medellín. Me parece también importante decir que las mismas comunidades, distintas comunidades encuentren las posibilidades financieras para contarse a sí mismas, creo que en este momento hay un esfuerzo en ese sentido, como de poner la voz, los recursos en distintas partes, que no se quede todo en un solo género, una sola clase social la que esté hablando, entonces creo que eso también es interesante y va a ser muy interesante dentro de diez años.

Si en tu película Cristina y Simón desobedecen el control e imposiciones por parte de los combos, ¿a qué se confronta o qué resiste en su cotidianidad Catalina Arroyave en Medellín?

Yo creo que mi mayor desobediencia ha sido no creer en el deber ser de una mujer de clase media de esta ciudad, a mí se me dijo mucho que no podía ir, que no podía decir, que no podía ser, y yo muy pronto decidí desobedecer a esa norma. 

También a desobedecer que hay ciertos espacios que en teoría no puedo habitar por ser quién soy, porque soy vulnerable a la violación o qué sé yo; he querido romper cada una de las burbujas que me han sido impuestas y he querido no quedarme en un lugar cómodo sino encontrarme verdaderamente con habitar la ciudad, con poder entender cómo la habitan las distintas personas que estamos en ella; he desobedecido el pensar que la calle no puede ser para mí, que la noche no puede ser para mí, que los barrios que no fueron los barrios en los que nací no pueden ser para mí y creo que en esa medida hay una desobediencia del estereotipo. 

Creo que hay un tema de la economía sexual en nuestro medio, en nuestro gremio que para mí tampoco es una posibilidad, que desobedezco en la medida en que no quiero y nunca voy a jugar nunca es una palabra exagerada pero no quisiera nunca jugar a que ser una mujer me lleve a ciertos lugares para aceptar propuestas que aparecen y formas de relacionarse con otros géneros desde ahí, entonces creo que desobedezco también en esa medida. 

Creo que finalmente mi resistencia también tiene que ver con perseguir una voz que sea mía, y eso es difícil, no aceptar las imposiciones que vengan de ningún lugar, no temerle a lo que diga el contexto próximo y tampoco a lo que pueda llegar a decir la gente que tiene “la verdad”, bien sea esto en la familia, en la ciudad, en la crítica, en el mundo del cine, no sé, creo que esa es la mayor valentía, perseguir la autenticidad.

El gremio audiovisual en Antioquia es mayoritariamente masculino ¿te impuso márgenes en la forma de trabajar, esas márgenes limitaron Los días de la ballena, o pudiste hacer la película que soñabas?

Como nuestra película nace en el contexto de Rara, y Rara ya había encontrado una lógica de trabajo que de alguna manera rompe con esa cosa vertical, patriarcal del cine, nuestro equipo por el contrario tiene una manera de entender la creación colectiva que permeó Los días de la ballena. En el rodaje había gente que se burlaba de que yo dialogara las decisiones que tomaba, o que hubiera pedido que no se gritara en el set, o que tuviera una forma menos autoritaria o no autoritaria de trabajar y eso generaba chistes. Para mí es importante entender que en el cine hay una pluralidad de voces y creo que yo tenía un equipo extraordinario, siempre lo tuve, a lo largo de la creación de la película estuve acompañada por múltiples creadores que creo que aportaron mucho a lo que finalmente hoy es nuestra película.

Hay muchos detalles que no vinieron de mí sino que vinieron de la gran creatividad de mi equipo y el gran compromiso que siempre hubo en ellos; por ejemplo, cuento la historia de que “Maca” que es la utilera de la película fue la responsable de que el mico que Simón le entrega a Cristina tenga una areta y una cresta, y a partir de eso se creó una de las escenas que a mí me parece más interesantes de la peli donde hay una intimidad de unos personajes muy imperfectos que se relacionan en el deseo, en el chiste y la burla. Otra cosa que fue muy tremenda y también vino de ella es que en unas escenas que hacen parte del final necesitábamos crear una atmósfera de tensión alta y ella propuso utilizar una sangre real, y eso logró una atmósfera muy densa que también aportó a la creación del personaje por parte de Laura Tobón, la actriz.

Hay un error en el póster, la película no es de Catalina Arroyave, es escrita y dirigida por mí, pero es de un equipo enorme, muy grande, y creo que esa comprensión tiene que ver también con tratar de abandonar la lógica de lo patriarcal, entender que hay una manera fluida y colectiva de hacer las cosas; de alguna forma es revelarse contra el machismo y contra esas estructuras que nos han impuesto lo vertical.

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

¿Cómo Rara Colectivo es un acto de resistencia en Medellín?

Me parece que nuestro mayor acto de resistencia fue apostarle a lo colectivo desde siempre, o sea, entender que juntos íbamos a crear y a entender que no íbamos a apostar a tener un nombre y a que eso sobrepasara el deseo colectivo, mantenernos juntos ha sido nuestra mayor resistencia, como poder sobrepasar la cantidad de obstáculos económicos, emocionales que ha supuesto crear a Rara; abrir camino en el monte con un machete sin filo como diría nuestra amiga Rarónica ha sido, me parece a mí, como el mayor acto de Resistencia. 

También ha sido muy difícil en términos prácticos encontrar una manera real de ser siete y estar ahí, permanecer. Y reinventarnos también me parece que ha sido un acto de resistencia, de entender que no nos podíamos quedar pensando que las cosas iban a ser como lo supusimos en el primer año, ni en el segundo ni en el tercer y que cada tanto tenemos que replantearnos nuestro modelo, eso también me parece un acto de resistencia y finalmente creo que en esa medida y en seguirle apostando a esto que nos inventamos cuando mucha gente nos llamaba ingenuos ha sido una forma de decir, de resistir, de permanecer y creo que la mayor resistencia es querer hacer cine, no habernos doblegado ante la posibilidad de hacer o de que nuestra vida girara en torno a otras cosas; solamente eso, dedicarse a hacer cine ya es un acto de resistencia mayor.

¿Dónde está esa ballena y qué crees que dirá en los muros el tiempo que exista?

La ballena existe, está en Envigado, en la fachada de la Universidad de Envigado, ha pasado algo bello y es que la dueña de la casa nos ha contado que ha habido como un peregrinaje, que algunas personas han ido a conocer la ballena. Pero lo que creo es que un poco nosotros no vemos lo que nos está diciendo la calle, a veces pasamos de largo y estamos ahí frente a un lenguaje que nos está queriendo decir cosas sobre lo que pasa en las entrañas de la ciudad y a veces no lo vemos, entonces creo que hay gente que va a pasar y no va a ver nada más que una linda ballena que está pintada pero también hay gente que cuando la vea pues va a recordar una historia de amor y de desobediencia.

¿Qué viene luego de Los días de la ballena ? 

Viene seguir fortaleciendo a Rara, vamos a apostarle a terminar un documental que tiene David Correa que se llama Partes de una casa; ahora también estamos desarrollando el proyecto de Mariana Gil que se llama Siempre los leones rondaron siempre; tenemos también una coproducción de un corto que se llama La herencia y hemos estado trabajando en fortalecer nuestra casa en otros ámbitos: seguir siendo profesores, poder traer invitados a nuestra muestra de Cortos de largo alcance que se hace cada tres meses y finalmente yo también estoy escribiendo un nuevo guión que habla del despertar sexual de tres chicas en un colegio de monjas, ya tengo una primera versión, y mi mayor deseo, mi más grande deseo sería tener la forma de escribir esta nueva película, encontrar los recursos para escribirla bien, para poder vivir mientras la escribo y pues que luego podamos realizarla, eso sería muy bueno.