
Detrás de cada fachada que reposa, aparentemente dormida, se oculta un animal plural que se alimenta de tiempo y de historias. Si se mira con atención a través del umbral que permite la ventana, puede intuirse el rastro de lo que florece adentro y se puede fabular con la forma de habitar de los pueblos.
Estas imágenes se construyeron persiguiendo el azar a través de un mapa imaginado por el que constelamos las calles y las casas, conversamos con la gente que las recorre día a día, hicimos preguntas (algunas sin respuesta), recibimos respuestas (algunas sin pregunta), nos conectamos e intercambiamos, por un instante, retazos de nuestra cosmogonía personal, fijando la memoria, la intimidad y el transitar —o el aparente detenimiento— de las cosas como raíz de todo.
Dentro de esta experiencia pudimos comprobar cómo el tiempo se transforma y se ajusta según lo determinen las circunstancias, cómo cada casa germina una experiencia absolutamente única, así como son únicos los universos que se resguardan dentro de estas y el pasado que los sobrecoge. Más allá de las tantas y tan variadas formas de habitar que encontramos en el camino, descubrimos a las flores como corazón y centro del proyecto. Las flores y las plantas de las casas son las verdaderas testigos del paso del tiempo, sobrevivientes al tránsito de todos los huéspedes y acompañantes fieles del hogar —tanto estructural como emocional—, se sostienen vibrantes y enteras mientras las historias giran, se estiran y se fortalecen entorno suyo.