“Pinceladas de Inteligencia: Susana Ortega, Joven pintora de 16 años”

Jericó, Antioquia, acunó entre sus montañas una tarde donde el arte y la filosofía se entrelazaron en la figura de Susana Ortega, una joven pintora de 16 años, cuya mente desafiante y pincel mágico tejieron una historia que va más allá de su corta edad.

Por Faidiver Durango Durango

Un atardecer en Jericó:

El sol descendía con parsimonia, pintando de tonos cálidos los adoquines centenarios de Jericó. Fue en este escenario, en el que los aromas de la historia y la naturaleza se mezclaban, aquí conocí a Susana Ortega, una artista que llegó de Medellín en un bus cualquiera y que cuando descendió su mirada inquieta trataba de enfocar su objetivo que era mi figura para materializar el encuentro. Ella sin pensarlo trajo consigo la frescura de la juventud y la sabiduría de siglos arropados en su tierna figura adolescente.

La juventud que desafía el tiempo:

Susana, a pesar de sus 16 años, emana una sabiduría que desafía las barreras del tiempo. No es una adolescente común, sino un alma antigua que se refugia en su aún presente niñez. En su mirada, uno encuentra destellos de un pensamiento que va más allá de los límites del aula de clases.

Sentados en la la terraza con la inspiración del aroma del café de tradición Susana compartió sus pensamientos con una elocuencia que podría rivalizar irreverentemente con grandes pensadores de la historia porque sin titubear expone criterios, puntos de vista y solo al escucharla silencio y ella si saberlo, se atreve a ponerme a pensar. La agnosticidad que profesa revela una mente abierta, dispuesta a explorar los misterios de la existencia más allá de las convenciones.

Para Susana, el arte es más que pigmentos en un lienzo; es una senda hacia la libertad del pensamiento. Con cada trazo, sus obras se convierten en manifestaciones visuales de un escape, un éxodo hacia un pensamiento irreverente, estructurado en lecturas que se esconden como tesoros en su biblioteca personal que yace en su cerebro.

La magia en cada pincelada:

Sus pinturas y dibujos son rostros quizás los de ella misma, quizás sus sentidos se fijan en los ojos que dibuja que se convierten ventanas a un alma doliente; son portales que permiten a los espectadores sumergirse en su universo. En cada sombra, en cada trazo, Susana imprime su marca, su sello distintivo. La manera en que capta la esencia de los ojos revela una conexión íntima entre un creador, un universo y su obra.

La conversación con Susana fue un diálogo entre la juventud y la historia, entre las aspiraciones del futuro y las raíces del pasado. Jericó, con sus casas de colores y sus balcones floridos, fue el telón de fondo perfecto para este intercambio de ideas que resonaron entre las calles y que se convirtieron nuevamente en una Atenas en una pequeña e irreverente Grecia llamada Susana.

El Compromiso de un Retorno:

La tarde en Jericó llegó a su fin, pero no antes de que Susana expresara su compromiso de regresar.
Mientras la oscuridad envolvía la ciudad, quedó flotando en el aire la promesa de un retorno, de más conversaciones que explorarían los límites de la filosofía y del arte. Susana soñó con mostrar su obra en Jericó traer sus rostros y sus ojos para que vean su alma.

Susana Ortega no solo pinta cuadros, sino que llego a Jericó esculpir una experiencia, dejando una marca indeleble en Jacom La Revista. Su adolescencia avanzada y su arte evocador son destellos de un mañana prometedor, una promesa de que la creatividad y la reflexión continuarán fluyendo como un río eterno a través de los lienzos de sus ojos y las páginas de su pensamiento.

Aquí la entrevista a Susana Ortega

Háblame de ti. ¿Cuáles son tus aspiraciones, sueños y quién eres?
Soy una persona bastante sencilla; el dinero no es precisamente mi mayor prioridad en la vida. Creo firmemente que desprenderse de lo que uno tiene materialmente ayuda a vivir una vida más plena y a disfrutar más de lo que se tiene o se puede llegar a tener. No significa que sea conformista y tenga como meta ganar un salario mínimo trabajando en algo que probablemente termine odiando. Simplemente significa que lo material debe ser algo secundario también. Mis sueños y aspiraciones no van más allá de vivir, viajar y sentir cada detalle de la vida con cuidado de no perderme nada. Siempre me ha gustado el arte y es una parte de mí y de mi vida. En general, el arte me ha salvado de muchas cosas y encuentro ahí una calma y belleza inmensa. Sería más un sueño que una aspiración el poder vivir de mi arte. Una aspiración es conocer muchos lugares del mundo y que mi arte llegue a conmover a algunas personas, que realmente les llegue a transmitir algo.

¿Cuándo te sientes atraída por la pintura?

He estado atraída a trabajos creativos o artísticos toda mi vida. No puedo recordar realmente cuándo comenzó a volverse algo más que un hobby, pero ha sido algo muy presente desde mi niñez. Recuerdo bastante el primer dibujo que realmente me gustó, fue también por el que empecé a tomarme un poco más en serio el dibujar y pintar. Fue un dibujo de una serie animada que me gustaba mucho de niña, y recuerdo que realmente me sentí orgullosa al terminarlo. Empecé a querer mejorar realmente como artista hace unos cuatro años más o menos. Empecé a hacer más estudios pensando en aspectos técnicos como estructura, luces y sombras, y también comencé a comprender lo que me gustaba dibujar. Más que dibujar, trataba de aprender de cada error y de cada trazo.

¿Qué quieres transmitir en tus pinturas?
Al iniciar desde hace mucho tiempo como un hobby, mis pinturas normalmente no buscan contar una historia o capturar una esencia que no sea estrictamente mía. Siempre comienzo a pintar con una idea vaga de algún sentimiento representado en imagen, y el proceso va dictando de qué se trata realmente la pintura. Al final, cada pintura es un retrato de mi propia mente de alguna manera. Es por esto que no les pongo nombre ni un significado. Es una parte importante de la obra dejarla a la libre interpretación de cada persona. Considero que cada quien interpreta dependiendo de su personalidad y de lo que ha vivido. Por esto, cada interpretación es, en cierto modo, una confesión, así como cada uno de mis cuadros o dibujos son, en cierto modo, un retrato de mi propia alma, y esa es la esencia del arte en mi opinión.

¿Qué te inspira?
En términos generales, me inspira la vida, cada detalle y vivencia, tanto mía como ajena. El mundo y la naturaleza, y la manera en que cada cosa es parte de un todo, veo una belleza inspiradora hasta en las cosas más mundanas. Pero lo que más me inspira son las personas y lo únicas que son todas. Me inspira mucho la manera en que la vida es siempre compartida, por muy solos que nos lleguemos a sentir. Las personas que tenemos en nuestras vidas nos forman de cierto modo y es gracias a esto que, al menos en mi opinión, vivimos con el deseo de disfrutar la vida misma.

Dicen que eres un genio. ¿Cómo responderías a ese calificativo?
Honestamente, no me considero un genio ni tampoco me interesa considerarme de esa manera. Para mí es realmente importante verme como una artista principiante que tiene mucho por aprender y avanzar. Sé que uno nunca deja de aprender y, aún así, me gusta ver el arte como una parte de mí y no como algo que hago estrictamente para ser mejor en ello.

¿Qué artistas admiras?
Admiro mucho a artistas del movimiento impresionista como Claude Monet, Van Gogh y Camille Pissarro por el estilo tan único y característico que tienen. También me inspiran mucho las pinturas surrealistas de René Magritte y de Remedios Varo, ya que demuestran un uso muy especial de la imaginación y la creatividad. Obviamente, también admiro demasiado a maestros del arte como Miguel Ángel, Caravaggio, Botticelli, Da Vinci, entre otros.

¿Cómo ves tu futuro?
En un futuro, me veo viajando por el mundo y conociendo lugares nuevos, o en su defecto, con un departamento o una casa sencilla, un gato y un trabajo que me haga feliz. Un trabajo con el que pueda alcanzar una estabilidad económica y, obviamente, el arte siempre estará presente en mi vida, ya sea como hobby o como una fuente de ingresos más. La idea de mi vida sin pintar o sin crear me parece imposible, lo sé porque hasta ahora no ha habido nada que me dé tanta paz como el arte.

Háblame de tu pintura más querida.
La obra de un artista acostumbra a ser más práctica que proyectos terminados y, en la forma en la que yo veo mis obras, son la gran mayoría simplemente prácticas o estudios. Sé que me queda mucho por aprender y mejorar en el mundo del arte. Es por eso que mis obras más queridas son todos los cuadernos de bocetos donde se ve la evolución y el avance, tanto de mi arte como de mí misma como persona. Veo hasta en los bocetos más feos una parte de mí que dejé plasmada en el papel. De cierta manera, son indirectamente diarios sumamente personales.


La Juventud Poética de Jericó

Como siempre las hermosas mañanas soleadas y frescas de este encantador municipio de Jericó, Antioquia, se entrelazan para crear en el ambiente nuevas expectativas donde todo puede pasar, hasta tener una cita para hablar de poesía.

Crónica: Entrevista con Manuela Ramírez
Por: Faidiver Durango Durango

Me dirijo al Centro de Historia de Jericó, un lugar que embruja con la genialidad de sus paredes antiguas con tejas rojas y es que no podía ser moderno, no había cabida para tal irrespeto. Allí, a las 10 de la mañana, me esperaba Manuela Ramírez, una joven poeta de 22 años y presidenta del colectivo Ake-Narre, que aglutina a los jóvenes poetas de este bucólico municipio.

Al entrar al centro, mis ojos se van a la belleza de sus antiguas fotografías, objetos históricos y libros que parecían tener vida propia. Es un sitio que respiraba cultura y que, sin duda, era el escenario perfecto para esta entrevista con Manuela. Mis ojos recorren cada rincón, admirando la manera en que el pasado y el presente se entrelazaban en aquel espacio.

Finalmente, diviso a Manuela y me cautiva sus mechones ensortijados negros como queriendo ser brillantes crepúsculos que me hacen pensar en adjetivos impolutos frente al encuentro de sus enormes ojos verdes que encandilan con la proximidad de sus versos. Su rostro reflejaba una mezcla de emoción y serenidad mientras que en sus manos sostenía algunas hojas que suponía eran sus poemas guardados en sus dedos con magistral fuerza, creo que protegiéndolos de mi infinita curiosidad.

Manuela, irradia en si la pasión por la literatura como era de esperar de una joven poeta que a sus pocos 4 lustros de vida habla de versos con voz, suave, melodiosa. Ella estaba cargada de un profundo amor por la palabra. Se sentía honrada de representar a los jóvenes poetas de Jericó y de ser concejal de juventudes en este hermoso lugar.

La entrevista comienza y cada pregunta que le planteaba parecía encender una llama en su interior. Sus ojos brillaban con intensidad mientras hablaba sobre su pasión por las letras y de cómo descubre su primer verso.

Con orgullo, mencionó que había nacido en la calle de los poetas, una coincidencia que ella consideraba un destino en su camino literario. Desde muy joven, había sentido la necesidad de expresarse a través de la escritura y había encontrado en Jericó un lugar que la inspiraba día a día. La riqueza cultural y la historia del municipio se fusionaban con su propia creatividad, alimentando su imaginación y enriqueciendo sus poemas.

Además de su pasión por esa desconocida fuerza interior de escribir versos. Manuela me habla de una noble ambición: llegar a ser Ministra de Cultura. Sueña con un país en el que la literatura y el arte fueran valorados y promovidos, especialmente entre los jóvenes. Está convencida de que la cultura tiene el poder de transformar vidas y de construir un futuro mejor.

Era evidente que su deseo de fomentar la literatura y las artes era genuino y arraigado en su ser. Cada palabra que pronunciaba resonaba en el aire. Su voz, llena de convicción, se elevaba en el espacio, como un eco de las palabras escritas por los grandes poetas que habían dejado huella en Jericó a lo largo de los años y ahí en ese lugar de versos pasados ella recuerda a Dona Oliva Sossa de Jaramillo y sus sentidos sonetos queriendo ser como su pluma y sonando con algún día ser oleo en la pinacoteca de aquel noble lugar.

Mientras la entrevista avanzaba, el sol continuaba iluminando el centro de historia de Jericó, filtrándose a través de los ventanales y creando un juego de luces y sombras sobre los objetos históricos que decoraban la sala. Era como si el propio lugar celebrara la presencia de Manuela y su amor por el arte de escribir, envolviéndola en una atmósfera mágica.

La conversación se adentró en los desafíos que enfrentaba como concejal de juventudes y como líder de su colectivo poético. Habló de la importancia de promover espacios de expresión artística y de generar oportunidades para que los jóvenes poetas pudieran compartir sus obras con la comunidad. Su entusiasmo y determinación eran palpables, y era evidente que su labor como concejal y presidenta del colectivo Ake Narre estaba dejando una huella en Jericó.

Al despedirme de Manuela, me sentí afortunado de haber compartido un momento con alguien tan apasionado y comprometido con su arte. Su mirada brillante profunda y adornada con el color verde de sus pupilas y con su voz llena de emoción permanecerán en mi memoria como un recordatorio de la importancia de este Jericó que ha parido tanta cultura.

En este Jericó, con su encanto histórico y su genialidad palpable y el centro de historia como testigo, se habían convertido en el escenario perfecto para esta entrevista con Manuela Ramírez. Y mientras salía del edificio, rodeado de la calma de una mañana soleada y fresca, supe que el legado de los poetas de Jericó continuaría vivo a través de jóvenes talentosos como ella, dispuestos a escribir nuevas páginas en la historia literaria de este maravilloso municipio.

“Escribo para un mundo simple, descomplicado”: Oliva Sossa de Jaramillo

Cada pueblo tiene quién lo escriba. Oliva Sossa de Jaramillo es una de las escritoras jericoanas más importantes con cuatro libros de poesía publicados y una extensa obra inédita. Asumió los oficios de escritora y madre con el esmero de los seres creativos.

Texto: Laura Ospina Montoya

Oliva Sossa de Jaramillo creció con la familia del médico José Domingo Gómez Moreno, en una casa de una esquina del parque de Jericó. Era de tapia, colgaban las macetas y había una habitación del «coco», un fogón de piedra y un solar para jugar.

La casa de la esquina, escribió Oliva, tenía cuatro balcones para un lado y tres para el otro desde donde ella miraba los muchachos, escuchaba las canciones de la cantina de enfrente y veía pasar «la vida provinciana». La casa tenía un patio de abajo por donde había una puerta de abajo y entraban las personas de abajo. En el patio, los niños hacían fila los domingos para que María los bañara con sus «elementos de tortura». Trece niños llenaban la casa y gastaban el tiempo contándose historias de Los hermanos Grimm, Alicia en el país de las maravillas, Barba Azul y Alibabá y los 40 ladrones. Oliva presidía estas reuniones que fueron su primer contacto con la literatura e hizo que en las noches la casa se llenara de monstruos. Había seis habitaciones amplias y se vivía el encierro del paraíso, sin muchos medios de comunicación ni alguna guerra. Por eso en esa época «el tiempo rendía» para robar golosinas y parva trenzada, espiar a las visitas, atrapar a doce oyentes pequeños con historias de espantos autóctonos, temer al ruido de los búhos, apachurrar gusanos como máxima forma de violencia y desconocer el aburrimiento.

Luego los niños de la fila empezaron a saber cuánto era un día, cuánto medía la semana; tuvieron conciencia del tiempo. Crecieron. Oliva, la mayor de todos, dejó la casa de la esquina por un amor que vino de afuera, se casó de negro, no sabía ni cocinar y es que en la casa de la esquina, María era la que se encargaba de esos oficios «rudos».

Una novela

Máquinas de escribir de Oliva Sossa de Jaramillo.

Durante la década de los setenta Oliva escribió La casa de la esquina, una novela inédita todavía guardada en una caja de cartón que contiene además toda su obra y memoria escrita. Reescrita, mecanografiada, corregida en azul, húmeda, amarilla por el tiempo. Esta novela, escribió Oliva en un papel suelto, «nos devuelve a un mundo limpio, idílico, con aromas de nardos y azucenas refrescantes, amores que devuelven al alma la inconsciencia perdida entre las brumas del televisor y la magia demoledora del computador que reproduce escenas de sexo y violencia a un mundo ávido de poder y dinero».

Esta novela contiene el material en prosa más extenso que ha escrito Oliva y cuenta su infancia al lado de doce niños en esa casa, narra cómo es llegar al «temido mundo de los adultos» y cómo otra vez, en otra casa, esta vez la suya, vuelve a estar acompañada de doce niños, todos salidos de su barriga. Este relato es filigrana de la imagen literaria hecha documento histórico. En este texto, los ojos de Oliva permancen dentro develando su mundo interior, mientras que el exterior solo aparece en lo que se mira por su ventana.

Al momento de su nacimiento, en 1928, el primer carro había llegado a Jericó en mula hacía apenas cuatro años. La luz eléctrica tenía un poco más de 20 años y solo encendían los bombillos durante la noche. Después de Medellín, Jericó fue el primer municipio de Antioquia en tener luz eléctrica, lo cual sentaría un precedente importante para el crecimiento de diferentes industrias, sobre todo textiles.

En 1930 funcionaba en el parque el Club Colombia, un lugar con «derecho de admisión reservado» que solo acogía a personas de la «alta sociedad»: políticos, empresarios o intelectuales, servía como sala de recepciones y tertuliadero literario. La entrada de las mujeres allí se consideraba inmoral e impropia. Más tarde, en los bajos de este edificio funcionó el Café femenino, el cual administraba una señora «de lo más empinado» llamada Conchita Uribe. Fue el primer café que significó para la mujer jericoana un espacio de liberación en el que el clero y una sociedad profundamente conservadora dejaban de tener relieve. Fue en esta década en la que las mujeres empezaron a concurrir otros cafés, a acceder a una educación formal y a participar en la vida pública.

Tres de los seis colegios que había en Jericó mientras creció Oliva eran femeninos: Colegio de la Presentación (1906), Colegio de María (1916) y Colegio del Perpetuo Socorro (1938). Cuenta el comunicador Nelson Restrepo Restrepo que «Todos eran privados, algunos con cierto apoyo del ente municipal con auxilios y dotación. Se accedía de manera libre, en todos se pagaba matrícula y mensualidad. Unos con mayor exigencia en libros, uniformes y elementos de estudio lo que hacía que accedieran personas de familias pudientes».

La infancia, Antioquia y las mujeres que escriben

La infancia de Oliva estuvo inmersa, entonces, en una época de grandes cambios industriales, políticos y culturales del país. Por un lado, las ciudades más grandes recibieron el impacto de la modernización y de los movimientos liberales y por otro, se consolidaron importantes grupos de artistas e intelectuales. En Medellín, desde hacía algunos años, los Panidas ya habían provocado un alboroto en las letras de Antioquia con Tomás Carrasquilla, León de Greiff, Luis Tejada y otros que sumaron trece. En 1919, La Sociedad de Mejoras Públicas convocó el primer concurso de literatura femenina en el que participaron 52 mujeres y reveló los temas, los miedos, las formas, los recursos, el humor y el conocimiento de las nuevas escritoras antioqueñas en la artesanía de las historias. Tomás Carrasquilla diría de este concurso:

«Para la gente filistea, rancia y pacata, que ve en las letradas algo nefando y abominable, aquel concurso asumió, desde luego, caracteres de cosa escandalosa. […] Para otros, no muy cristalizados en los en los prejuicios, aquello era un avance imprudente y prematuro, hacia un adelanto que no cabe todavía en nuestra época y en nuestro ambiente. En cambio, los espíritus nuevos, fundidos en los moldes de evoluciones y progresos, vieron en la ocurrencia algo sublime y redentor. Los más entusiastas, empero, aseguraban que no llegaría a dígito el número de producciones enviadas, creyendo no pocos en que el concurso iría a declararse desierto. ¿Qué mujeres iban a escribir en Antioquia?» (Citado en Pérez, 2000).

En 1922 Lola González Mesa, educadora y rectora del Instituto Central de Mujeres —el actual CEFA— y más tarde de Bellas Artes, «dijo en una conferencia dictada en el paraninfo de la Universidad de Antioquia que las señoritas de clase media, “en los últimos doce años han llevado a cabo un verdadero despertar más consciente y más lleno de deberes que cumplir. Era imposible para la mujer resignarse a llevar solamente una vida de costurero y visitas, de ser una muñeca preciosa en espera de marido, y cuando éste llegara, someterse incondicionalmente a su voluntad”» (Londoño, 2003).

Oliva era una de esas mujeres que cuando se casó no sabía ni cocinar ni coser. Cuando empezó su vida «sencilla de mujer de clase media» se encontró sin saber cómo despachar al marido —mensajero del Banco cafetero y amante de la pesca— para el trabajo. El primer día no pudo prender el fogón de la hornilla que funcionaba con carbón, le dieron las ocho de la mañana, él llegó, ella corrió y se escondió avergonzada de no saber preparar un chocolate espumoso con una arepa. Luego fueron llegando los hijos a la nueva casa, uno tras otro, cada año uno: Maria Isabel, Mariaelena, Antonio José, Carlos Eduardo, Luz María, Francisco Javier, Jorge Alberto, Álvaro, Ana Sofía, Rosalba, María Eugenia y Luz Amparo. Las últimas fueron gemelas. Mientras tanto, escribía.

«Cuando menos pensaba uno estaba durmiendo y a las dos o tres de la mañana la máquina de escribir nos despertaba: “chiqui, chiqui, chiqui”, se le vino un poema. En el bolsito no le podía faltar su libreta y su lapicero. Usted estaba hablando con ella y decía: “perdoname” y sacaba la libreta para escribir alguna cosa», cuenta su hija menor, Amparo, la que la cuida y quien además guarda como recuerdo preferido el de su madre dando clases de mecanografía en casa con cinco máquinas de escribir a las que les tapaba las teclas con esparadrapo.

Oliva trabajó como tesorera municipal, secretaria del concejo municipal, secretaria académica del Inem Roblecabildo, directora de la sección literaria del periódico Ecos del Piedras y fue miembro del Centro de Historia de Jericó. Éste último fue su casa literaria durante muchos años. En la Revista Jericó, órgano del Centro, hizo sus primeras publicaciones que con los años se acumularon volviéndose uno de los repositorios más importantes de su obra.

Los libros

Oliva publicó su primer libro Cuando pasa la brisa. Poemas el 26 de diciembre de 1978 a sus 50 años. En ese mismo año, la Revista Jericó, presentó una lista de 82 escritores locales y solo 7 eran mujeres entre las que se encontraba Oliva: Luz Bohorquez de Raigosa, Madre Laura Montoya, Dolly Mejía, Ruth Mesa de Isaza, Fabiola Mesa Buitrago, Oliva Sossa de Jaramillo y Luz Vallejo Zuluaga. El segundo libro, Tierra quemada, lo publicó en 1981; el tercero, Vino tinto, en 1990; y el cuarto, Me contaron las estrellas, en 1995. Todos sus libros fueron producto de una formación autodidacta en el oficio de escribir que Oliva ejercía de manera incansable. «Ella era muy independiente. El liderazgo de una mujer en ese tiempo era muy escandaloso», atina a decir Amparo sobre el hecho de que su madre todo el tiempo escribiera y que en el pueblo fuera una figura visible por eso, por asumirse como escritora, como una mujer creadora. Su esposo parece no haberlo soportado; una vez le dedicó una canción que decía «para qué los libros» y se fue. Oliva quedó al cuidado de sus doce hijos y dicho evento atravesaría el resto de su obra.

En los años noventa, Oliva, Faustina Alzate, José Jairo Peláez, y Silvio Villa, todos escritores, conformaron La Peña Literaria: un grupo de lectura y discusión de textos que además tenía por objeto una publicación mensual en papel, diseñada en máquina de escribir, llamada Luna llena. Esta revista se distribuía en fotocopias, de pocas páginas, en todo el pueblo; en la editorial reflexionaba académicamente sobre el proceso creativo de la escritura y en las siguientes páginas publicaba textos de los escritores miembros e invitados y contaba con las ilustraciones de dibujantes locales como José Jairo Peláez y Alonso Santa. “Mi mamá se sentaba con un grupito, se sentaban a tertuliar, tomaban vino. Les ofrecía algo, almuerzo y tinto. Y nosotros, chiquitas, no entendíamos nada”, recuerda Amparo de estas reuniones que precedieron los más de cien números de Luna llena.

Oliva hacía poesía clásica. La familia, la casa, el amor, la modernización, la injusticia, la religión y su entorno inmediato fueron los temas que abordó tanto en su obra publicada como en la que permanece inédita.“Doña Oliva le hizo poemas a todo el pueblo, por encargo o por la motivación de ella”, dice Silvio Villa quien además la recuerda como una mujer que escribía todo el tiempo, imparable en su afán creativo. Él, tanto como muchas de las personas cercanas al proceso literario de Oliva, reclaman que la mayoría de su obra no esté publicada. A menudo Oliva mencionaba la dificultad que supone la publicación de un libro por la complejidad del asunto editorial y, principalmente, porque un libro, dice ella, necesita padrinos, es decir, de unos “otros” ilustrados que avalen la obra. Oliva se cansó de eso, pero siguió escribiendo y, sobre todo, leyendo. La línea: “Escribo para un mundo simple, descomplicado” es parte de un poema que se titula “Los otros”, aparece en el libro Vino tinto (1989), y contiene la esencia de su obra que está llena de asombro por las cosas que tiene justo frente a sus ojos.


Referencias

Pérez Sastre, Paloma. (2000). Antología de escritoras antioqueñas, 1919-1951. Medellín: Secretaría de educación y cultura.

Londoño Vega, Patricia. (2003). La vida de las antioqueñas, 1890-1940. Banco de la República. Recuperado de http://www.banrepcultural.org/revista-72.

Izquierda: Silvio Villa; derecha: Oliva Sossa de Jaramillo. Foto: cortesía de la familia.

Bajo el lente de Gio Morales

Su trabajo ha sido reconocido mundialmente, ha recibido un sin número de galardones y ha trabajado con estrellas de talla internacional. Este hombre oriundo de Medellín, Colombia se ha ganado el respeto y la admiración de millones de personas, gracias a su talento innato y su trabajo arduo que hoy en día desempeña en una de las ciudades mas prestigiosas del mundo, Miami.

Gio Morales emigró a los Estados Unidos de América en el año 1999. Con una mochila en mano, miles de sueños y una amplia experiencia en los medios de comunicación comenzó a trabajar en importantes emisoras de la ciudad de Miami, junto a personalidades como Humberto Rodríguez Calderón más conocido como ‘El GATO’. Sin embargo su profesión era la publicidad y su sueño era trabajar en el ámbito creativo, pero lo que mas le gustaba hacer era la fotografía.

N: Gio, ¿Cuándo decidiste dedicarte 100% a la Fotografía?
G: Estudié publicidad y la clase que más me gustaba era la de fotografía. Incluso pensaba ser fotógrafo creativo, pero un día fui al matrimonio de mi mejor amiga y me di cuenta cómo funcionaba la fotografía de bodas. Mientras trabajaba en la radio empecé a tomar cursos, aprender conceptos y desde entonces decidí enfocarme 100% en esto que me apasiona, aunque también hago de vez en cuando radio y voice overs.

N: ¿Qué es lo que mas te gusta de este tipo de fotografía ?
G: Me gusta capturar los momentos mas importantes de la vida de las personas. Ese reto de congelar los momentos que años después las novias ven y se ponen a llorar. Siempre quise causar ese sentimiento.

N: ¿Una boda que nunca olvidarás?
G: Hay una en especial. Solamente he llorado dos veces tomando fotos. En una, es una novia que esta hablando con su padre y él está llorando. Al tomar esa foto se me venían las lagrimas porque sabia la historia detrás. El padre tenia cáncer en la garganta e iba a morir. Al terminar la ceremonia, los novios salen caminando, el papa está en la primera fila de la iglesia, él quiere felicitarla pero la voz no lo deja. Yo le digo a ella que lo vea, cuando se acerca a él, lo abraza, lo mira a los ojos y se le vienen las lágrimas. El sueño de la novia era que yo pudiera tomarle fotos junto a su padre, porque sabia que no le quedaba mucho tiempo de vida.

Otra de las pasiones de Gio es viajar. Su trabajo y sus ganas de conocer el mundo le han permitido explorar países como México, República Dominicana, Puerto Rico, Bahamas, Jamaica, España, Panamá, Ecuador, Japón, China, Vietnam, Israel, Jordania, entre otros.

He estado en México nueve veces, es el país al que mas veces he ido, tanto que me siento mexicano. Cuando fui por primera vez sentí una conexión única que no he sentido con ningún otro país. Asia me encanta, tengo una fascinación con sus países. También me encantó Tailandia, su gente, sus paisajes, su cultura, su comida, la espiritualidad de la gente.

N: ¿Pero has visitado un pequeño pueblo en Colombia que tengo entendido te ha dejado fascinado en todos los aspectos?
G: A parte de la fotografía de bodas también me apasiona la fotografía de calle, ‘Street photography’ o ‘travel photography’. Cuando visité el pueblo de Jericó, en Antioquia, me enamoró que es un municipio muy pintoresco. La gente es súper amable, en cada esquina hay una historia que contar. Poder narrar sus experiencias por medio de mi lente es una experiencia increíble. Las calles empedradas, su vegetación, mas que ser el pueblo de la Santa Madre Laura, es la gente que te cautiva y como es tan colorido se lo puedes mostrar al mundo y la gente va a querer ir a conocerlo.

 

Las manos de Manuel Mejía Vallejo

 

 

El escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo tenía un impulso innato a hacer oficios manuales; el dibujo y la talla hicieron parte de su rutina.

Manuel Mejía Vallejo nació en Jericó, Antioquia, el 23 de abril de 1923. Las montañas de la tierra en la que creció y las imágenes de ríos brumosos que bajaban de la Cordillera Central fueron inspiración para su literatura y las guías para lo que hacían sus manos. Aunque su  quehacer artístico estuvo siempre vinculado a la escritura, su formación y su cotidianidad estuvieron encaminados a las bellas artes y las artesanías. De su origen montañero, que lucía con orgullo, se trajo la contemplación, su amor por las fincas acompañadas de buena música y mucho ron y la necesidad imperiosa de usar sus manos y volcarlas en diferentes oficios; él escogió tallar juguetes y dibujar.

Dibujo de animales. Manuel Mejía Vallejo. Archivo Biblioteca Pública Piloto. BPP-D-MMV-0231Su familia estuvo siempre en contacto con el ejercicio artístico. Su hermana Rosana fue una reconocida ceramista que llegó a ganar varios premios de arte nacionales, su mamá tuvo acercamientos a la cerámica y a la pintura y su tía Jesusita Vallejo fue una gran pintora. Desde niño tuvo contacto con prácticas estéticas y eso hizo que luego de terminar el colegio en Medellín, en 1943 se inscribiera a la carrera de Bellas Artes para estudiar dibujo y cerámica. Con lo que no contaba era que su madre entregara la novela La tierra éramos nosotros al grupo de los Panidas encabezado por León de Greiff, que fuera publicada y que esto cambiara su camino para siempre.  

Esto, sin embargo, no significó que dejara el impulso manual. En la casa que compartió con su esposa e hijos en el centro de Medellín, donde nunca faltaba la Coca Cola para el ron y el arroz para las tortolitas, llegaba algunos días un modelo que se ubicaba en el patio, que era el epicentro de la casa, y era retratado por Manuel y algunos de sus amigos como Óscar Jaramillo y Elkin Restrepo y su suegra Dora Ramírez, reconocida pintora antioqueña, cuenta su hija Valeria Mejía.

Estas tertulias fueron parte de sus actividades habituales al tiempo que se consagraba como uno de los escritores más importantes de la narrativa colombiana contemporánea. Los numerosos cuentos y poemas acompañaron a novelas como El día señalado con el cual ganó el premio Nadal en 1963, Aire de Tango con la cual recibió el Premio Bienal de Novela Colombiana en 1973 y La casa de las dos palmas que lo hizo merecedor del Rómulo Gallegos en 1988.

Le gustaba más dibujar que la pintura y la acuarela y apreciaba las formas simples; pensaba que lo fascinante del dibujo era el trabajo de síntesis: “quitarle a la realidad todo lo que sobra y dejar lo esencial”, recuerda su amigo Luis Fernando Macías. Su línea era cuidada y fina y tenía cierta fascinación por los desnudos de mujeres que resolvía con un pulso seguro y firme.

Aunque su pulsión creativa siempre estuvo más volcada a la escritura y su angustia permanente respondía más a la página en blanco que al lienzo crudo, ambas prácticas se complementaban y nutrían su imaginario. Ambos usaban la observación y la atención al detalle y ambos retrataban la realidad filtrada por una mirada leída, culta y siempre asombrada frente a la cotidianidad y la belleza.

Esta inclinación al dibujo no se inmiscuye como tema en su obra literaria, pero sí le fue útil. Hizo varias carátulas de libros con un trazo sencillo y se recuerda especialmente la portada del poemario Soledumbres; un azul brillante se interrumpe con el título y el crédito y en una esquina se asoma en trazo blanco delgado una mujer desnuda que mira una ventana.

Manuel Mejía también fue muy buen tallador. Cuando estudió Bellas Artes había tomado cursos de tallado de madera y dentro de su grupo de amigos estaban escultores como Edgar Negret, Oscar Rojas, José Horacio Betancur y Rodrigo Arenas Betancourt. Sus creaciones no tenían una pretensión tan rimbombante ni profesional como las de sus amigos, sino que se limitaban a crear juguetes en balso.

La única tarjeta de presentación que tuvo, regalo de Juan Luis Mejía, decía en letra mayúscula sencilla en color negro: MANUEL MEJÍA VALLEJO, INVENTOR DE JUGUETES, y estaba decorada con un dibujo de un caballo mecedor. Sobre todo era un apasionado por los mecanismos; le gustaba pensar en maneras ingeniosas de hacer que sus juguetes se movieran.

Dicen, que se sentaba sobre cualquier banco y tomaba pedazos de balso y los comenzaba a tallar con una navajita que mantenía en el bolsillo. Los diseños eran rústicos y modestos pero siempre con una idea específica detrás que hablaba de él y sus pensamientos. Muchos de los juguetes que hizo eran maromeros y doble maromeros: los amantes que al juntarse se besan, los gallos que pelean, boxeadores que se dan puños y toreros. Según su ex esposa Dora Echeverría, para él los juguetes eran una analogía a su pensamiento: “él tenía la visión que somos muñecos de Dios, que aunque tenemos la sensación de poder controlarlo todo, hay alguien que jala las cuerdas y define cada movimiento, como lo hacen las manos de alguien con los maromeros”.

Su fascinación con los juguetes no era únicamente en tallarlos; también solía coleccionarlos. Las figuras precolombinas, las cerámicas de Boyacá y pequeños jugueticos de diferentes técnicas artesanales eran un deleite para él. Dora Echeverría recuerda que cada que viajaban, una parada obligada eran las plazas y mercados para buscar juguetes artesanales y muñequitas para su curiosidad. Eran atesorados por él y jugados por sus hijos.

Aunque Manuel solía compartir con sus amigos y su familia las actividades que hacía, estas en las que utilizaba sus manos eran también una forma de meterse en sí mismo, una especie de meditación en la que se conectaba con sus orígenes campesinos a través del hacer y que hacía que su imaginación estuviese activa y dispuesta siempre a materializar.

Manuel Mejía murió un 23 de julio cuando tenía 75 años. Sus cenizas están en un árbol en Ziruma, la que fue su finca en El Retiro, Antioquia. Ojalá ese árbol permanezca en pié y si alguna vez se cae, que se haga con su madera juguetes que nos hablen de la vida y papel para retratarla.