La casa de los Restrepo

Una de las formas de construir el espacio doméstico ha sido a través de la disposición y adaptación de ciertos objetos. Cada uno de ellos revela fragmentos tanto de la historia común de los grupos humanos como de sus vidas íntimas. Esta sección propone un recorrido a lápiz por los objetos y los espacios de las casas jericoanas y recupera la noción de cartografía como una forma de conocer el espacio en detalle.  La Casa de los Restrepo es una muestra de ello.

En marzo de 2016, Jericó fue declarado Centro histórico del ámbito nacional por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. Este texto aborda los conceptos de patrimonio material e inmaterial a través de las reflexiones que una arquitecta hace sobre un interesante objeto doméstico que, con los años, ha adoptado usos diversos.

Ilustración: Daniel Piragauta.

Siempre me llamaron la atención los lavamanos sueltos de las casas de pueblo antioqueño; aquellos objetos me sorprendían anclados en la pared de un corredor o de uno de tantos espacios para estar. No tenía en mis códigos culturales contemporáneos la ubicación de un lavamanos fuera del baño.

Esta pieza pequeña me ayudó a entender una parte de la cultura y de unos rasgos que hoy siguen vivos a través de la memoria del espacio en aquellas casas de la colonización antioqueña de montaña, ésas que han sido reconocidas como patrimonio cultural por sus características arquitectónicas, las cuales son el reflejo de un vasto conjunto de tradiciones domésticas que conforman un patrimonio inmaterial.

Mis indagaciones me llevaron a concluir que este lavamanos fue producto de una tradición religiosa. Es sabido que en Antioquia, muchas costumbres provienen de allí, y el curioso lavamanos pareció no estar exento. Gran parte de la cultura antioqueña proviene de herencias judeo-cristianas que adoptamos y adaptamos a las autóctonas en los procesos migratorios de colonización.

Este lavamanos es una referencia al Aguamanil utilizado por los judíos y en rituales cristianos en la purificación antes de cada comida. La frase: «Mijo, antes de comer, lávese las manos», sigue pronunciándose. ¡Y cuántas cosas de nuestra cultura podemos entender a partir del acto del “comer”! La articulación de la familia alrededor de esta actividad se asumía como todo un ritual, del cual ese lavamanos era justo la antesala. Era el momento para compartir en familia, para ratificar su unidad y su propia herencia religiosa. El espacio del comer era digno de tal actividad; su arquitectura estaba dispuesta con todos los elementos para una acción tan importante. La majestuosidad de un espacio amplio albergaba un comedor grande, numerosos puestos y un bifé también grande que contenía las finas vajillas. Era un espacio cerrado, con vitrales o ventanas de madera que permitieran el control de la luz, independiente de todo lo demás, adecuado para darle el respeto que el acto del comer merecía en familia.

El acto final del ritual también era importante pues, en aquellas casas, muchos de sus espacios estaban destinados a la culminación de dicha ceremonia que comenzaba en los patios, donde se tenían animales y huertas para producir, cuidar, y asegurar su propio consumo. Desde el momento de las migraciones , las familias se trasladaban con sus animales, para asegurar sus alimentos, mientras que la producción fuera de casa daba sus frutos, de allí la existencia de tantos patios con tan diferentes usos dentro de las casas.

Las cocinas eran solemnes. Se trataba de espacios habitados constantemente; con sus alacenas como habitaciones independientes, sus mesones de preparación que rodeaban todo el espacio, enmarcándolo; eran amplios y rígidos, vaciados en cemento para soportar todo el trabajo que allí se hacía; sus anaqueles alrededor, donde guardaban las ollas, que no eran pocas ni pequeñas. Y el pequeño comedor auxiliar justo al lado de la cocina, el que ocupaban para los empleados domésticos o para comer algo entre las comidas importantes, ya que el otro, sólo podía usarse en las comidas principales, y con toda la familia reunida.

Entonces lo noté, el lavamanos no tenía una ubicación aleatoria, estaba siempre justo cerca del espacio del comedor. ¿Quién iba a pensar que aquel «desubicado» lavamanos era el objeto que permitía dar inicio al ritual que acarreaba tantos esfuerzos y actividades previas, de aquella actividad que era el reflejo de la cultura?


El patrimonio cultural de la Nación está constituido por todos «los bienes y valores culturales que son expresión de la nacionalidad colombiana, tales como la tradición, las costumbres y los hábitos, así como el conjunto de bienes inmateriales y materiales, muebles e inmuebles, que poseen un especial interés histórico, artístico, estético, plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, ambiental, ecológico, lingüístico, sonoro, musical, audiovisual, fílmico, científico, testimonial, documental, literario, bibliográfico museológico, antropológico y las manifestaciones, los productos y las representaciones de la cultura popular».

Las casas de Inger Lise-Kristoffersen

Inger Lise-Kristoffersen utiliza la ilustración como su herramienta artística y cada lugar que ha visitado como insumo para acumular recuerdos y potenciar su arte.

Por Andrea Uribe Yepes
Ilustración: Laura Ospina Montoya

Para la ilustradora nórdica Inger Lise-Kristoffersen (1949) la casa es cualquier lugar donde pueda ser creativa con su trabajo, donde su imaginación permanezca inagotable, activa. Hoy esto le sucede en su casa en Copenhague, Dinamarca –donde tiene dos habitaciones destinadas como estudio y una pequeña imprenta– pero también ha sido en Hong Kong, Colombia y Suecia. De cada lugar suele atesorar recuerdos, colores y pensamientos reales y de mentiras que más tarde –tal vez– alcanzan a ocupar sus ilustraciones, pinturas y grabados que casi siempre terminan en libros pensados para quienes disfrutan leer imágenes.

Inger ha habitado Colombia de muchas maneras. La primera vez que llegó fue cuando tenía 11 años de la mano de su tío. Él era era ingeniero y construía túneles en La Dorada y Rionegro, la trajo a vivir con él y su familia de tres primero a La Dorada y más tarde a Medellín. De esa época recuerda lo que sucedió, con quién se encontró y su vida que era, dice, alegre. Estuvo en el país de 1961 a 1965 pero no se ha ido del todo; eventualmente regresa a eventos y talleres y con la editorial bogotana Caín Press ha publicado El hombre, la mosca y la chica monstruosa (2014) y La chica en busca de su sombra (2019). Colombia es, de alguna manera y por ratos, una de sus casas.

Usted nació en Dinamarca pero muy pequeña se vino a vivir a Colombia, ¿por qué sucedió esto?

Mi madre murió de cáncer cuando yo tenía 6 meses de nacida entonces muy pequeña tuve que irme a vivir con mi abuela, luego con una hermana de mi padre y su familia de cuatro –tal vez el momento más feliz de mi infancia– pero a los 5 años tuve que regresar con mi abuela. Cuando cumplí 11 años un hermano de mi padre, que era ingeniero y no había conocido antes, en medio de una larga cena danesa y algunas cervezas me propuso una aventura: irme a vivir con él y su familia de tres a Colombia. Recuerdo haberle dicho a mis compañeros de clase que iba a viajar a América del Sur y nadie me creyó.

¿Y cómo fue llegar a La Dorada, Antioquia?, ¿qué imágenes recuerda?

Llegué a La Dorada en 1961. Era un pueblo pequeño de caminos polvorientos. Recuerdo que cuando llegué me tocaba únicamente mirar y escuchar porque no hablaba nada de español. Hacía mucho calor, tanto que la ropa de verano que tenía no me sirvió y mi tía me llevó donde una costurera para hacer 3 vestidos sin mangas. Recuerdo también que no podía andar sola por las calles ni jugar por fuera de la casa, aunque mi tío nos llevaba casi todos los días a una piscina que quedaba lejos del pueblo para refrescarnos, allí aprendí a nadar y allí también comí mis primeros tamales, muchas frutas y verduras y pescados. Todo era nuevo y sorprendente para mi. También fue bonito el proceso para aprender español en una escuela donde solo habían dos clases y una maestra.

¿Y tuvo lecciones de arte allí?

Las lecciones de arte consistían en copiar cosas que estaban ya ilustradas en un libro. Traté de pedirle al profesor que me permitiera a mí y a mis compañeros hacer dibujos libres con cosas que salieran de nuestra imaginación, pero no me entendían porque mi español era muy básico. Eso fue muy triste.

¿Cree que algunas de esas imágenes que tiene de La Dorada influyeron en su arte de alguna manera?

No, no utilicé ninguna de mis experiencias de La Dorada o Colombia hasta ahora en mi obra de arte de forma directa. Creo que sobre todo cuando estoy lejos de mi país, más escandinava soy y mi arte también. Pero tengo muchos recuerdos intactos de esa época.

Luego de Colombia se fue a vivir a Hong Kong, ¿allá sí tuvo clases de arte?

Allí viví desde 1965 hasta 1967, cuando Hong Kong era una colonia inglesa. Fui a una escuela de inglés y allí tuvimos la mejor educación de arte, allí dibujé por primera vez con modelos. En arte sacaba las mejores calificaciones y esas clases fueron de gran importancia para mí.

Usted pinta, dibuja y hace grabado, ¿hay una técnica que prefiere?

He probado toda una gama de diferentes técnicas, desde acuarela, acrílico, pintura al óleo, dibujo a tinta, dibujo a lápiz y collages, hasta impresiones gráficas. En la escuela de arte tuvimos una clase de impresión en lino que me encantó. Desafortunadamente, los editores no estaban listos para las ilustraciones de corte de lino en ese momento, incluso ahora es acuarela o dibujo lo que eligen sobre todo en libros infantiles. Si quiere hacer algo fuera de lo común, es a los pequeños editores con los que tiene que ponerse en contacto, ya que están más abiertos a nuevas ideas.

¿Por qué le interesó hacer libros para los más pequeños?

La razón por la que hice libros infantiles desde el principio fue que casi no había libros para adultos que debían ilustrarse aparte de los libros de aves, peces e insectos. Ahora es un poco diferente, los ilustradores han comenzado a ilustrar para adultos y la mayoría de los ilustradores también son los escritores. Creo que la razón por la que sigo trabajando con el libro infantil es que puedes usar tu imaginación de una manera más vulnerable e infantil, pero quién sabe con qué trabajaré en el futuro.

¿Cree que tiene un estilo?

Creo que no, pero cuando miro mi arte definitivamente veo que tiene una personalidad reconocible.

¿Cuáles artistas o ilustradores suele mirar cuando necesita alimentar sus ojos, inspirarse?

Cuando era joven solía revisar Matisse, Paul Gauguin, Picasso, David Hockney y los surrealistas. Me gustaban los collages de Max Ernst y las películas de Man Ray. Ahora me gusta mirar autores e ilustradores suecos como Elsa Beskow o finalandeses como Tove Jansson o ingleses como Oscar Wilde. Las películas mudas y a blanco y negro son una gran fuente de inspiración sobre todo para mis libros que no tienen palabras como El hombre, la mosca y la chica monstruosa y La chica en busca de su sombra.

¿Tiene un color que prefieras usar o que te obsesione?

No tengo un color favorito, es la obra de arte la que define qué color va a llevar. Pero trabajar solo con blanco y negro, para mí, es alejarse de toda fantasía y ver solo la verda

Miriam, hacedora de ventanas

Desde que empezó mi inquietud por usar las manos, tengo una colección de casas que no son mías. Cada jueves a las dos salgo para encontrarlas y entre más coloridas mejor, me siento capaz de conseguir hilos de todos los colores con tal de reproducir fielmente los paisajes. Desde que salimos de Pamplona no hago otra cosa que trazar caminos —de tela, de lana, de resina, de papel— que me lleven de regreso al hogar de mi infancia. Quinientos metros cuadrados. 500 m. Todavía me va a tomar un tiempo repasar la estructura original y replicarla junto a estas otras casas que me ha dado el camino. Ahorita mismo estoy recolectando ventanas. Ya recorté la madera que me va a servir de tablero guía e incluso armé la retícula de hilos iniciales. Ya tomé las fotos de mis ventanas favoritas, ya escogí la combinación de colores y adiviné el trazado de las formas; pero cada vez que intento empezar, la mente se me va 676 metros más arriba, se pierde en la espesura del paisaje, en la blancura de las casas, en los tejados de ladrillo asomándose entre la neblina, y hasta alcanzo a sentir el frío de mis mejores días. Cuando las nubes se dispersan logro divisar a mis hermanos jugando a lo lejos en la finca, con los cachetes rojos y las botas sucias, con las manos heladas agarrando ramas y mostrando los escasos dientes detrás de la sonrisa. Para quien no acostumbre dejar el corazón en un solo sitio es fácil pensar que todas las montañas tienen el mismo verde y que todos los pueblos se parecen, pero en el mapa de mi corazón y mi memoria podría trazar cada curva, cada piedra de cada calle, cada árbol asomado por un patio antiguo, cada aroma proveniente de Pamplona. Hace días, sentada en el comedor, miraba hacia este pueblo que no es mío (aunque me guste) y pensaba en mi condición de pasajera lejos de sus campos. 

Apenas si pude concretar un par de palabras en el pensamiento cuando me vi interrumpida por el calor y suavidad de Coco, mi gata, paseando entre mis piernas. Pensé en mi obsesión por fijar las estructuras de los sitios y en cómo ninguno me hace sentir del todo en casa. ¿Y si en lugar de trazar marcos de puertas y ventanas, trazara paisajes de pelo y garras? ¿Si en lugar de bordar una pared, insinuara la huella de una pata, una colita? Quizás el hogar no tiene que ver necesariamente con un lugar sino que es algo más lo que permite que habitar encaje. La memoria del corazón también puede trasladarse con todo y su pasado a donde se le disponga. Al menos por ahora, mientras Coco se pasee entre mis cosas, tengo la sensación de que en Jericó vamos a estar muy bien.

¿De qué hablamos cuando hablamos del Hay?

El Hay nació en el patio de un bar. Un hijo acabado de salir de la universidad, una madre que leía a Voltaire y un padre alcahueta fueron los fundadores. Hoy, el festival ha recorrido todos los continentes pero el espíritu sigue siendo el mismo: esa mezcla de mamagallismo, honestidad y profundidad que caracteriza a las mejores democracias. Y a las mejores conversaciones.

Este es un registro bastante incompleto de algunas de esas conversaciones, en el segundo Hay Festival de Jericó.

Texto: Simón Murillo Melo | Ilustraciones: Laura Ospina Montoya

 

Víctor Gaviria y Fernando Trueba

Víctor Gaviria parece un oso perezoso. Se sienta en la silla como si fuera un árbol amazónico, dejando caer la barriga sobre las piernas y sonriendo incrédulo a su audiencia. Se parece así a su maestro, el sacerdote y crítico de cine Luis Alberto Álvarez: un espectador experimentado que se prepara para ver otra película. Fernando Trueba, su interlocutor, parece un alfil a su lado. Con las piernas cruzadas en un carrizo perfecto, un ojo de vidrio mirando a la inmensidad y ese sentido del humor que los madrileños han desarrollado a punta de hijueputeces.

Es una conversación de dos establecidos directores, uno un día mayor que el otro, que todavía no se creen su éxito. Cuando eligieron Rodrigo D: no futuro, una película sobre la desesperanza, como la primera película colombiana en participar por la palma de oro en Cannes, los organizadores le dijeron a Gaviria que no le podía decir a nadie. Él se tomaba unos tragos y se lo contaba a todo el mundo. Nadie le creía, por supuesto. “¿Pero es que vos sabés qué es Cannes?”.

Sigue Gaviria: “Yo hacía poesía hasta que me lancé con mi primer corto. Mis amigos me decían: “'Qué bueno que llegó un poeta al cine colombiano' y bueno, yo me lo creí”. Pero el poeta no es otra cosa que un compilador del sufrimiento, de la nada, de Medellín.

Gaviria volvería a Cannes para presentar la Vendedora de Rosas acompañado de sus estrellas: Giovanni Quiroz, el Zarco, y Lady Tabares. Si el espíritu del Hay es conversar, Gaviria lo ha encarnado en sus películas repletas de actores naturales: los diálogos son de ellos. Quiroz murió poco después de Cannes, como murió la mayoría del elenco de Rodrigo D: con violencia. Tabares pasaría un tiempo en la cárcel por matar a un taxista. Y Gaviria, ya un hombre adulto cuando los conoció, ha sobrevivido, por mucho, a los niños que fueron su voz.

Trueba, un director con una obra constante y actores convencionales, cambia la dirección de la conversación: “Cuando me nominaron al Óscar, estaba seguro de que no iba a ganar. Seguro. Encima, soñé que ganaba. Y se lo contaba a mi mujer y se echaba a reír. Y yo decía: es que soy un gilipollas. Mi esposa me preguntaba qué pasaba en el sueño y era que le dedicaba el Óscar a Billy Wilder, el hombre por el que me apasioné por el cine”.

“Entonces preparé un discurso del que estaba seguro nunca iba a leer. Decía que me gustaría creer en Dios para agradecérselo, pero que solo creía en Billy Wilder”. Trueba se ganó el Óscar y eso fue lo que dijo.

Este año saldrá una película suya, una adaptación de El olvido que seremos. “Hoy en día hay tantas películas de monstruos, sicópatas, serial killers. Creo que hacer una película de un hombre bueno hoy en día es casi una provocación” El hombre bueno: Héctor Abad Gómez nació en Jericó. El auditorio esta en silencio. Samuel Castro, el moderador, comenta: “Quieren que sigamos conversando o abrimos preguntas del público” y la gente grita: “¡Sigan!” Gaviria asiente lentamente, una pequeña sonrisa a punto de aflorar.

Dos señoras, unos 130 años entre ellas, conversan en uno de los infinitos porches jericoanos. Parecen amigas de hace tiempo, tal vez primas, tal vez hermanas. Ya está oscuro, hay trago de por medio y un bafle diminuto: suena Silvestre, Martín Elias. Están hablando, por supuesto, de todo.

Bajo algunas estrellas que se asoman entre las nubes, van haciendo una cosa muy extraña que seguro les ha pasado muchas veces en su vida. Qué suerte del Hay que, por un ratico, lo mencionen. “Un programazo”, dice una señora con orgullo. “Ese señor estaba ahí presentando la película. Y unas imágenes que yo le digo, lo más de lindas”. Después empiezan a hablar de otra cosa, posponiendo el sueño un momentico más.

Davis, Wade Davis, es un antropólogo, biólogo, explorador, fotógrafo, aventurero. Él se sabe todo eso y más. En frente de medio pueblo, va a presentar El sendero de la anaconda, el documental inspirado en sus devenires por el río. Cuando el presentador lo menciona, una vocecita se alza para vitorearlo. Es un héroe de muchos, sobre todo en Colombia. Para empezar es un colombiano –desde el 2018- que de verdad conoce a Colombia: la Sierra Nevada, Guainía, Vaupés, el Amazonas, el valle de Sibundoy, los llanos del Meta y la selva del Chocó. Las lejanías de las que hablaba Caro, un presidente que jamás salió de Bogotá.

Acaba de hablar ante un auditorio repleto y está empapado en sudor. Carga unas rosas de regalo y se ve, como siempre, profundamente orgulloso de ser él. Él mismo lo dice: “Lo más importante que puedes hacer es ser el arquitecto de tu propia vida. No vas a tomar las mejores decisiones, pero si te haces cargo de ellas, nunca vas a vivir amargado”.

Mantenerse en movimiento, como sea, ha sido su trabajo durante toda una vida. Tuvo pasantías con los practicantes del vudú, en Haití, y fue decisivo en preservar la identidad de los pueblos indígenas, junto a su amigo Martin Von Hildebrand. Pero nunca ha tenido un empleo estable ni lo ha querido. Sus libros son un reflejo de ese interés múltiple. Ha escrito mucho de Colombia, pero también de vaqueros, de la Primera Guerra Mundial, de Nepal, la jungla de Borneo y el Everest. El explorador se hace a punta de viajes y de mucha, mucha curiosidad.

Sus textos parten de un profundo respeto hacia los pueblos amenazados por cientos de años de saqueo. Pero él no se hace ilusiones. “Uno de mis escritores favoritos, Peter Matthiessen, decía que el que creyera poder cambiar el mundo estaba tan equivocado como era peligroso. Pero también decía que tenemos una obligación como contadores de historias de ser testigos del mundo. Eso ha sido mi salvación”

¿Cuál será su próximo viaje? Al Vichada, el único sitio de Colombia que le falta. Le digo que muy pocos colombianos han estado –para empezar– en Vichada y me sonríe con orgullo: “Lo sé”, dice.

Un señor y la montaña

El director de Comfama arranca diciendo: "Este pueblo es la síntesis de lo mejor que podemos ser los antioqueños: que significa naturaleza, que significa patrimonio. No podemos estar más enamorados de Jericó”. Se va y muestran una película de pueblos amenazados por las petroleras, las carreteras, la minería.

En el parque, un pelado greñudo canta canciones contra la minería y algunos jericoanos lo corean. En las calles, algunas casas cargan todavía el letrero: “NO A LA MINERIA” o “SÍ AL AGUA”. Jaime Ramírez, diminuto con gafas negras, cachucha de I <3 Jericó y barba de profeta, se para afuera de cada conferencia envuelto en un colorido pendón: EN COLOMBIA NO HABRÁ PAZ, MIENTRAS HAYA MEGAMINERÍA DE METALES”.

Luis Jorge Garay, marxiano de barba setentera, habla una hora sobre la neoextracción neocolonial del capitalismo tardío ante un auditorio repleto que escucha hipnotizado. Uno de sus oyentes (“lo dejó muy claro”) es Jorge Eduardo Cock, ex miembro del directorio ejecutivo del Banco Mundial, exministro de minas y ex una cantidad de cosas más, dice con voz queda: “la minería implicaría daños ambientales irreversibles”.

Un grupo de Medellín pasa repartiendo un periódico que titula: “¿Quieres vivir junto al cráter de una mina? El futuro de Jericó lo decides tú”. Incluye horóscopo antiminero y una oración a San Benito para alejar a los malos vecinos.

Me quedo en una casa campesina que hace de hotel. Las vistas son espectaculares y entre los tonos de verde surgen casas, nubes, el cielo. Pregunto dónde va a quedar la mina y alguien extiende la mano, barriendo el horizonte hasta dar con un punto invisible detrás del hotel. No puedo ver nada. Entre la montaña, las casas y el cielo, se abrirá el suelo en decenas de pedazos. Así hasta que pueda ver alguna cosa.

El postre jericoano, una receta centenaria

El postre jericoano o postre de frutas es uno de los dulces tradicionales y más emblemáticos de Jericó, Antioquia. Esta receta, con sus variaciones, ajustes y apropiaciones, tiene alrededor de 100 años y viene de una de las formas de aprovechar las especies frutales en los solares de las casas.
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De la piedra al viento | La memoria va encontrando su camino

Después de trajinar durante años los senderos de la Sierra Nevada de Santa Marta, de conocer de cerca las etnias wiwa y kankuamo y de descubrir que los Jalekas grabados en la piedra representan el espíritu ancestral convertido en historias de todo lo que existe sobre la tierra y en el pensamiento; después de ver que el tiempo y quizá también el viento han mitigado las historias grabadas hasta dejarlas visibles solo para algunos; después de comprobar que Alejo Santa María es uno de ellos, la posibilidad de descubrir los grabados, petroglifos, en la piedra a la luz del día y solo a determinadas horas porque algunos, debido a la orientación de la luz, no son visibles, fue fascinante por la revelación de figuras e historias que pasaron desapercibidas durante años.
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Los días de la ballena: resistir Medellín y nadar a contracorriente

Catalina Arroyave siempre quiso hacer cine como guionista y directora; lo poco que la acercó su carrera cuando estudiaba Comunicación Social en la Universidad Eafit a su sueño la llevó a migrar a Argentina en donde la educación gratuita le permitiría estudiar guión y cine en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y así, por primera vez, escribió y dirigió su primer y único cortometraje hasta ahora: El truco (2010). Luego de nueve años volvió a escribir y a dirigir un proyecto cinematográfico, esta vez de proporciones tan grandes como las de una ballena azul. Detrás de su ópera prima hay años de mucho trabajo y multiplicidad de roles, pues Catalina además de haber sido productora, asistente de dirección y directora de casting en diferentes proyectos con los que nutrió su pasión y profesión, cofundó también hace nueve años junto a otros seis entusiastas Rara Colectivo Audiovisual, su casa productora y hogar cetáceo en el que ha logrado nadar en contra de corrientes que han querido limitarla a su entorno de origen, al deber ser de la clase media paisa en la que creció y a mantenerse al margen de temas y oficios que aún algunos creen ajenos a las mujeres en el cine.

Los días de la ballena narra la historia de Cristina y Simón, dos jóvenes grafiteros en Medellín que, sobre las amenazas pintadas en los muros por el combo del barrio para infundir el miedo estos dos artistas, deciden pintar una gran ballena con la firme intención de resistir y rechazar la censura y la imposición del miedo como método de control.

Como realizador audiovisual quise acercarme a Catalina para conversar y entender las otras luchas en su proceso de realización y las resistencias que hay detrás de su ópera prima como cineasta en Medellín.

Por Daniel Mateo Vallejo

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

En tu película hay tres momentos simbólicos que llevan al espectador al asombro de verse ante imágenes inusuales en un cine que representa a Medellín, ¿cómo crees que se ubica tu película en la tradición del cine hecho desde esta región?

Me parece que nuestra película hace parte de una tradición en muchos aspectos, sobre todo por el uso de actores naturales y por la aproximación a la calle, a querer contar unas realidades de la ciudad y no solamente de unos personajes particulares. Creo que tiene una apuesta y es que explora el terreno también de lo poético y de lo íntimo, de lo que pasa al interior de las casas, en el mundo interior de unos personajes, en unos diálogos cercanos, triviales, que lo que están haciendo también es revelando el amor —Laura Mora me dice que nuestra película sobre todo es escasa porque en Medellín poco se ha hablado del amor  entonces me parece que se inserta en esa tradición de alguna manera con elementos que la hacen común a otras, pero el elemento poético de la ballena sí que hace que al menos haya un código de lectura que lo que está proponiendo es, para mí, no contar la realidad, la verdad de una ciudad sino un punto de vista. 

Un punto de vista que además quiere que el espectador dialogue desde sus propias impresiones, que haya espacio para que no solamente veamos la realidad si no una aproximación metafórica de la realidad; creo que igual Víctor Gaviria ya había creado momentos surreales de alguna manera en sus pelis, pero Los días de la ballena lo que propone es entrar en el terreno de lo metafórico si se quiere, de lo simbólico. Nuestra película aporta una aproximación a la clase media que también ha sido bastante escasa en la cinematografía local, hemos insistido mucho en lo marginal también porque es muy doloroso, entonces creo que nuestra película tiene un querer hablar desde una voz propia y una mirada particular, eso creo.

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

Los días de la ballena al evidenciar cómo en esta ciudad estamos sometidos o acostumbrados día a día a convivir con la violencia o el crimen organizado ha sido asociada e incluso comparada con largometrajes como Matar a Jesús, de Laura Mora o Los nadie, de Juan Sebastián Mesa y Monociclo Cine, ¿crees que hay una única Medellín a representar desde el cine?

Me parece que de alguna forma la comparación es natural en la medida en que se está hablando de jóvenes en una ciudad que tiene características de violencia, pero creo que la apuesta de cada película es muy distinta, no solamente narrativa sino estéticamente, son miradas muy diferentes a Medellín. Creo, por supuesto, que no hay una única Medellín en el cine, todo lo contrario; cada vez más en el nacimiento de una pluralidad de voces mayor vamos a tener distintas ciudades retratadas y no solamente lo que se está mostrando sino cómo se está mostrando. Creo que a nosotros nos hace falta explorar los géneros, explorar también lo queer; para mí eso también es una cosa que hace falta en nuestra ciudad que apenas están haciendo por no hablar de lo que falta en términos experimentales, también hay un miedo a hacer narrativas más desestructuradas porque siento que apenas estamos empezando a contar a Medellín en el cine.

Pienso en los últimos diez años y creo que en comparación a las veces que se ha contado cualquier capital del mundo, aquí apenas estamos entendiendo cómo aproximarnos de otras maneras a contar a Medellín. Me parece también importante decir que las mismas comunidades, distintas comunidades encuentren las posibilidades financieras para contarse a sí mismas, creo que en este momento hay un esfuerzo en ese sentido, como de poner la voz, los recursos en distintas partes, que no se quede todo en un solo género, una sola clase social la que esté hablando, entonces creo que eso también es interesante y va a ser muy interesante dentro de diez años.

Si en tu película Cristina y Simón desobedecen el control e imposiciones por parte de los combos, ¿a qué se confronta o qué resiste en su cotidianidad Catalina Arroyave en Medellín?

Yo creo que mi mayor desobediencia ha sido no creer en el deber ser de una mujer de clase media de esta ciudad, a mí se me dijo mucho que no podía ir, que no podía decir, que no podía ser, y yo muy pronto decidí desobedecer a esa norma. 

También a desobedecer que hay ciertos espacios que en teoría no puedo habitar por ser quién soy, porque soy vulnerable a la violación o qué sé yo; he querido romper cada una de las burbujas que me han sido impuestas y he querido no quedarme en un lugar cómodo sino encontrarme verdaderamente con habitar la ciudad, con poder entender cómo la habitan las distintas personas que estamos en ella; he desobedecido el pensar que la calle no puede ser para mí, que la noche no puede ser para mí, que los barrios que no fueron los barrios en los que nací no pueden ser para mí y creo que en esa medida hay una desobediencia del estereotipo. 

Creo que hay un tema de la economía sexual en nuestro medio, en nuestro gremio que para mí tampoco es una posibilidad, que desobedezco en la medida en que no quiero y nunca voy a jugar nunca es una palabra exagerada pero no quisiera nunca jugar a que ser una mujer me lleve a ciertos lugares para aceptar propuestas que aparecen y formas de relacionarse con otros géneros desde ahí, entonces creo que desobedezco también en esa medida. 

Creo que finalmente mi resistencia también tiene que ver con perseguir una voz que sea mía, y eso es difícil, no aceptar las imposiciones que vengan de ningún lugar, no temerle a lo que diga el contexto próximo y tampoco a lo que pueda llegar a decir la gente que tiene “la verdad”, bien sea esto en la familia, en la ciudad, en la crítica, en el mundo del cine, no sé, creo que esa es la mayor valentía, perseguir la autenticidad.

El gremio audiovisual en Antioquia es mayoritariamente masculino ¿te impuso márgenes en la forma de trabajar, esas márgenes limitaron Los días de la ballena, o pudiste hacer la película que soñabas?

Como nuestra película nace en el contexto de Rara, y Rara ya había encontrado una lógica de trabajo que de alguna manera rompe con esa cosa vertical, patriarcal del cine, nuestro equipo por el contrario tiene una manera de entender la creación colectiva que permeó Los días de la ballena. En el rodaje había gente que se burlaba de que yo dialogara las decisiones que tomaba, o que hubiera pedido que no se gritara en el set, o que tuviera una forma menos autoritaria o no autoritaria de trabajar y eso generaba chistes. Para mí es importante entender que en el cine hay una pluralidad de voces y creo que yo tenía un equipo extraordinario, siempre lo tuve, a lo largo de la creación de la película estuve acompañada por múltiples creadores que creo que aportaron mucho a lo que finalmente hoy es nuestra película.

Hay muchos detalles que no vinieron de mí sino que vinieron de la gran creatividad de mi equipo y el gran compromiso que siempre hubo en ellos; por ejemplo, cuento la historia de que “Maca” que es la utilera de la película fue la responsable de que el mico que Simón le entrega a Cristina tenga una areta y una cresta, y a partir de eso se creó una de las escenas que a mí me parece más interesantes de la peli donde hay una intimidad de unos personajes muy imperfectos que se relacionan en el deseo, en el chiste y la burla. Otra cosa que fue muy tremenda y también vino de ella es que en unas escenas que hacen parte del final necesitábamos crear una atmósfera de tensión alta y ella propuso utilizar una sangre real, y eso logró una atmósfera muy densa que también aportó a la creación del personaje por parte de Laura Tobón, la actriz.

Hay un error en el póster, la película no es de Catalina Arroyave, es escrita y dirigida por mí, pero es de un equipo enorme, muy grande, y creo que esa comprensión tiene que ver también con tratar de abandonar la lógica de lo patriarcal, entender que hay una manera fluida y colectiva de hacer las cosas; de alguna forma es revelarse contra el machismo y contra esas estructuras que nos han impuesto lo vertical.

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

¿Cómo Rara Colectivo es un acto de resistencia en Medellín?

Me parece que nuestro mayor acto de resistencia fue apostarle a lo colectivo desde siempre, o sea, entender que juntos íbamos a crear y a entender que no íbamos a apostar a tener un nombre y a que eso sobrepasara el deseo colectivo, mantenernos juntos ha sido nuestra mayor resistencia, como poder sobrepasar la cantidad de obstáculos económicos, emocionales que ha supuesto crear a Rara; abrir camino en el monte con un machete sin filo como diría nuestra amiga Rarónica ha sido, me parece a mí, como el mayor acto de Resistencia. 

También ha sido muy difícil en términos prácticos encontrar una manera real de ser siete y estar ahí, permanecer. Y reinventarnos también me parece que ha sido un acto de resistencia, de entender que no nos podíamos quedar pensando que las cosas iban a ser como lo supusimos en el primer año, ni en el segundo ni en el tercer y que cada tanto tenemos que replantearnos nuestro modelo, eso también me parece un acto de resistencia y finalmente creo que en esa medida y en seguirle apostando a esto que nos inventamos cuando mucha gente nos llamaba ingenuos ha sido una forma de decir, de resistir, de permanecer y creo que la mayor resistencia es querer hacer cine, no habernos doblegado ante la posibilidad de hacer o de que nuestra vida girara en torno a otras cosas; solamente eso, dedicarse a hacer cine ya es un acto de resistencia mayor.

¿Dónde está esa ballena y qué crees que dirá en los muros el tiempo que exista?

La ballena existe, está en Envigado, en la fachada de la Universidad de Envigado, ha pasado algo bello y es que la dueña de la casa nos ha contado que ha habido como un peregrinaje, que algunas personas han ido a conocer la ballena. Pero lo que creo es que un poco nosotros no vemos lo que nos está diciendo la calle, a veces pasamos de largo y estamos ahí frente a un lenguaje que nos está queriendo decir cosas sobre lo que pasa en las entrañas de la ciudad y a veces no lo vemos, entonces creo que hay gente que va a pasar y no va a ver nada más que una linda ballena que está pintada pero también hay gente que cuando la vea pues va a recordar una historia de amor y de desobediencia.

¿Qué viene luego de Los días de la ballena ? 

Viene seguir fortaleciendo a Rara, vamos a apostarle a terminar un documental que tiene David Correa que se llama Partes de una casa; ahora también estamos desarrollando el proyecto de Mariana Gil que se llama Siempre los leones rondaron siempre; tenemos también una coproducción de un corto que se llama La herencia y hemos estado trabajando en fortalecer nuestra casa en otros ámbitos: seguir siendo profesores, poder traer invitados a nuestra muestra de Cortos de largo alcance que se hace cada tres meses y finalmente yo también estoy escribiendo un nuevo guión que habla del despertar sexual de tres chicas en un colegio de monjas, ya tengo una primera versión, y mi mayor deseo, mi más grande deseo sería tener la forma de escribir esta nueva película, encontrar los recursos para escribirla bien, para poder vivir mientras la escribo y pues que luego podamos realizarla, eso sería muy bueno.