Litigante: la belleza y el caos de un juicio eterno

El mundo de los hijos y los padres conlleva implícito un juicio, en ocasiones porque las nociones de lo moral o lo correcto no comulgan o pueden extrapolarse fácilmente, y esta disputa además va mediada por una línea delgada  que oscila entre el amor y la rabia o la culpa y la compasión; sin duda siempre bajo el velo de la incertidumbre al no poder asumir que todo cuanto debía hacerse o decirse en vida ha sido saldado. Ser hijos es un duelo que se lleva internamente a lo largo de la vida, cuando debemos enfrentar la ausencia de los más amados, o incluso cuando hemos de relevarlos.

Por Daniel Mateo Vallejo

Silvia Paz es abogada, hija y madre soltera en Bogotá quien a sus 40 años enfrenta un contundente litigio en su vida al defender decisiones como mamá y mujer ante el tribunal más mordaz para ella: el juicio moral de su madre Leticia en su lecho de muerte; el agravante para Silvia, como si fuese poco, es sobrellevar esta situación mientras en su ejercer profesional se defiende hasta en los medios de una acusación por corrupción en la entidad pública para la que trabaja y al mismo tiempo se cuestiona qué hacer frente al constante interés de su hijo Antonio por saber sobre ese padre ausente.

Así como su trama y el estado emocional de su protagonista, en términos formales Litigante refleja la esencia de esta relación madre-hija y su universo narrativo: muchas capas que ensamblan el caos, un caos íntimo que expone la complejidad y virtud de las emociones humanas. A partir de una inquietante y lúgubre atmósfera de ruidos repetitivos de máquinas y salas hospitalarias, su director Franco Lolli nos presenta e introduce en la situación detonante para Silvia y Leticia: la madre se opone a someterse de nuevo a una quimioterapia para tratar el cáncer de pulmón mientras la hija apela por la infancia y crianza del nieto para persuadirla; así, estas dos mujeres nos guían en el relato entre constantes y acaloradas discusiones, reclamos e interminables vaivenes a través de espacios que son ya una suerte de marca personal en el cine de este realizador colombiano: apartamentos, oficinas, pasillos y piscinas.

La fuerza de esta obra, en comparación con recientes películas colombianas, no recae en el aparataje técnico o el efectismo visual y sonoro; Litigante es contundente en la medida en que sabe enfatizar los momentos clave de su puesta en escena propiciando pausas desde la imagen y el sonido para resaltar las conmovedoras interpretaciones de Carolina Sanín (escritora y prima segunda del director quien interpreta a Silvia) y Leticia Gómez (madre del director y del personaje de Silvia quien en su vida real había ya superado la lucha contra el cáncer) las cuales se destacan por lograr una empatía pero también incertidumbre en los espectadores pues la actuación del reparto —compuesto también por el actor y director Vladimir Durán (Adiós entusiasmo), la curadora de arte Alejandra Sarria (como hermana menor) y el pequeño Antonio Martínez— ofrece un halo de naturalidad, ocurrencia y espontaneidad, tanto en las lágrimas como en sus risas. 

Otro miembro del equipo realizador que se destaca es el director de fotografía venezolano Luis Armando Arteaga quien ha trabajado en largometrajes del centro y sur de América multipremiados por todo el mundo (Ixcanul, de Jayro Bustamante, La familia de Gustavo Rondón y Las herederas de Marcelo Martinessi) quien para Litigante logra mantener al borde del desenfoque y contenidos entre siluetas y escorzos a todos sus personajes como fiel retrato de las emociones que atraviesan la pantalla y de las relaciones allí entrelazadas, sabiendo siempre hasta dónde reforzar desde el encuadre y dejando que tomen fuerza ya desde una disposición más documentada los momentos de aparente crudeza, verdad y belleza que el director logra revivir del guión con los actores.

Está tan bien logrado el hilo central de la película, que cuestiones que dejan algunas mal logradas o vagas tramas secundarias como el juicio jurídico, la relación de Silvia con Abel y el desaprovechado Vladimir Durán, al igual que en términos representativos los casi caricaturizados personajes homosexuales (si no es el amigo gay incondicional de la protagonista, lo sería el anfitrión de una fiesta literalmente emplumado e interpretado por Pedro Adrián Zuluaga) no distraen finalmente de lo esencial de este filme puesto que sus apariciones o desarrollos no cumplen más que la tarea de matizar el entorno ya caótico y saturado de la cautivadora relación que se debate entre amores y reclamos entre Silvia y Leticia Paz.

Con este, su segundo largometraje —el cual se encargó de dar apertura a la Semana de la Crítica del Festival de Cannes del 2019— Franco Lolli compone un conjunto de cuatro obras (dos cortometrajes y su ópera prima) que con mirada particular desde la autorepresentación lo reiteran como un director que emplaza su punto de vista sobre la clase media-alta colombiana a la cual ha sabido agrietar con precisión para dejarnos ante el retrato entrañable y doloroso de lo que somos como sociedad trascendiendo cualquier esfera social; ante la sensación de pertenencia a ese caos vasto compuesto por tantos otros dramas, otras tragedias que nos afligen como humanos; tan vasto como las ventanas de Silvia desde donde vemos esa Bogotá que se impone fría, saturada y vertiginosa mientras aferrados a eso que nos mantiene en pie seguimos descifrando y procesando esa lucha interna, ese juicio eterno por saber nuestro lugar en el mundo a pesar del  mundo, a pesar de la familia.

Jericó, el infinito vuelo de los días, de Catalina Mesa

Mujeres y tradición

Entre las montañas y el colorido del municipio de Jericó, en Suroeste antioquieño, las tradiciones siguen vivas de la mano de los relatos y conocimientos de las madres y abuelas del pueblo. Son ellas y sus historias quienes protagonizan este documental de Catalina Mesa. Jericó, al igual que estas mujeres, se teje a punta de recuerdos, y es en la evocación del pasado, de amores, desamores, felicidades y desdichas, donde la pieza logra retratar a estos personajes que resultan tan pintorescos como el pueblo mismo.

Todas estas mujeres comparten, además de su contexto geográfico, un conjunto de costumbres arraigadas que determinan sus prácticas cotidianas, entre las que resaltan los rituales de belleza, la molienda de maíz para las arepas y el tejido; todas ellas, en medio de la soledad que acaece con el paso de los años, encuentran la posibilidad de revivir los hechos que las marcaron a través del ejercicio de hacer memoria. Sus narraciones las embarcan en un viaje emocional en el que el espectador termina también sumido, pasando de las alegrías a las pérdidas, no sin dejar de imprimir algo de humor y todo un compendio de dichos populares a sus historias.

Las temáticas de sus relatos comprenden las creencias, los agüeros, las experiencias y aprendizajes de la juventud. Entre líneas se evidencia también el patriarcado, aún vigente de manera particular en la cultura antioqueña. Sus historias giran alrededor de los hombres, que aunque poco los veamos en el filme, pasan a ser gran parte de lo que, desde su propia visión, las ha definido, en especial los noviazgos y el matrimonio.

La relación con lo místico y lo espiritual de las mujeres retratadas es otro de los elementos que las caracteriza. Una de ellas, a sus ciento dos años y con la lucidez intacta, habla del trato que hizo con la virgen para el momento de su muerte. De la misma forma, los rezos a los santos, la creencia en eventos que pueden augurar la muerte, o la colección de camándulas de Doña Chila, son todas muestras de un deseo por trascender lo terrenal.

En cuanto al tratamiento del documental, se puede identificar cómo varias de las situaciones son provocadas inicialmente, construyendo una suerte de representación en escena que de entrada produce un efecto de extrañamiento, sin embargo, a medida que se desarrollan las conversaciones, esta singularidad encuentra su razón de ser, ya que consigue que los personajes vayan recobrando la espontaneidad y profundizando en sus reflexiones. El uso de este recurso habla de una mirada, por un lado, conocedora del universo al que se aproxima, y por otro, con una clara consciencia de lo cinematográfico.

A través de las decisiones estéticas se saben aprovechar los espacios íntimos donde habitan los personajes, a pesar del evidente interés por hacer una apología al pueblo, el color y el aire de antaño de los ambientes terminan haciendo parte de los retratos y narrando diferentes aspectos de las mujeres que los ocupan. La música, en orden también con lo tradicional, remite una vez más a las raíces esencialmente locales de la historia.

Es inevitable identificar unos rasgos de feminidad en esta película, no sólo por el carácter de sus valores estéticos y expresivos sino por la complicidad que se evidencia con las mujeres que la protagonizan y la capacidad para detenerse en los detalles. La realizadora sabe comprender y retratar con sensibilidad el universo de estos personajes, quienes, en sus últimos años, se detienen a mirar atrás y construyen su identidad a través del recuerdo.

El reino de las apariencias

The Smiling Lombana, de Daniela Abad 

Escrito por Daniel Mateo Vallejo

Mientras compraba mi entrada para ver The Smiling Lombana, una mujer que me seguía en la fila le preguntaba a su acompañante por la directora de esta película: “es de una directora colombiana”, fue todo lo que logró saber antes de ingresar a la sala en donde se proyectaría el segundo largometraje de Daniela Abad Lombana, directora de cine nacida en Torino, Italia, quien estudió en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Su filmografía va desde cortometrajes de ficción como Padre nuestro (2015) y La cama (actualmente en postproducción), hasta sus dos largometrajes Carta a una sombra (2015, codirigido con Miguel Salazar, cuyo estreno le otorgó dos premios en el Ficci) y The Smiling Lombana (2018, obra con la que dicho festival inauguró su versión 58). Daniela actualmente reside en Medellín, donde se ha desempeñado también como productora, y junto a la directora Laura Mora y su hermano, el artista visual Pablo Mora, Mirlanda Torres y Manuel Villa conformaron la emergente casa productora La Selva Cine.

Aunque no es nada subestimable la influencia de sus abuelos, Daniela, con sus dos largometrajes documentales (el primero inspirado en la vida y muerte de su abuelo paterno, Héctor Abad Gómez, maestro provida cuya voz fue acallada por opositores a su visión, y el segundo, siguiendo los pasos de su abuelo materno y esa casta de artistas Lombana), toda su filmografía es prueba de que sus apellidos no le hacen sombra cuando de talento se trata, pues su trabajo revela sentido crítico y sensibilidad para transformar su mirada sobre acontecimientos familiares en un espejo en el que ha sabido reflejar muy bien esa sociedad en la que ha crecido; así que hay pues mucho más por qué reconocerla y celebrarla.

Cuando tenía once años, Abad conoció por primera y única vez a su abuelo materno, Tito Lombana, quien en su lecho de muerte, le entregó a ella un sobre que contenía un fajo de dólares; este es el punto de partida de lo que aparentemente es un relato cronológico de la vida y obra de un artista plástico innato, narrado por su nieta; digo aparente, pues a medida que avanza el recuento de los viajes y las personas que llegan a la vida de Tito, capa a capa, se va develando un tema más global que absorbe la historia de este escultor, e incluso la de toda una sociedad y una ciudad desde la década de los setenta: la ambición por las cosas y el éxito a toda costa.

The Smiling Lombana no es solamente la historia de un hombre, ni de una familia, sino que, más bien, indaga acerca de las consecuencias de esa necesidad de ostentar riqueza y poder, sin importar los medios; mal tan arraigado en el espíritu de aquellos hombres impacientes que cimentaron un estilo de vida en nuestro país a través de la mafia y el narcotráfico, el cual rápidamente invadió y se propagó a lo largo y ancho de Colombia, invadiendo hogares y corazones. Este documental es un esfuerzo fallido, tal vez, por encontrar respuestas claras de la enigmática vida de su abuelo, pero sin duda es una pieza contundente y estimulante en la que podemos reflejarnos y pensarnos como sociedad.

Con un material de archivo familiar tan cautivante como el uso de la música y la esponteneidad y fuerza de los testimonios de su abuela Laura y su tía Mónica, Daniela ensambla el seguimiento de la vida de su abuelo, permitiéndonos entender cómo paso a paso, país por país, de familia en familia, al mejor estilo crónico de un Corleone, este hombre fue moldeando su vida y tallando cuidadosamente una doble vida que más adelante, al descubrirse su secreto, le costaría el amor de su esposa, la cercanía de sus hijas e incluso lo privaría de la libertad por más de un año en Estados Unidos.

Daniela Abad ha sabido aprovechar con destreza sus historias familiares que resultan tan inspiradoras, pero crudas y violentas a su vez, por un lado, con el recuento de la vida y trágica muerte de su abuelo Héctor Abad Gómez, a través de su familia; y ahora, este cautivador intento por desenmascarar a esa figura pública que fue Tito Lombana, el hombre que generó grietas y dolor en su familia materna al sobreponer el aprecio por lo material y ese insaciable deseo por el dinero fácil y rápido que el arte no le estaba generando, antes que la tranquilidad y estabilidad con su familia. También ha sabido tomar la distancia justa de los hechos y personajes que han atravesado y marcado su vida, para extraer muchos más matices de lo que pudo ser meramente anecdótico; su mirada a través del documental ha logrado potentes narraciones, y no deja más que expectativa por sus siguientes búsquedas, donde quizá su bagaje familiar quede relevado o un reenfoque inspire nuevas narrativas y diálogos sobre lo bello y trágico, al mismo tiempo, que puede ser crecer y vivir en una ciudad como Medellín; en un país como el nuestro, donde reina el valor de las cosas y la imagen social impoluta sobre la transparencia y la vida misma.

Cosmos, de Andrzej Żuławski

Realidad transfigurada

Por Melissa Mira Sánchez
Ilustración: Laura Ospina

Dos jóvenes están buscando hospedaje y dan con un hostal de una familia bastante excéntrica. Desde su llegada, un gorrión colgado cerca a la entrada del hostal llama la atención de Witold, uno de los jóvenes; este hecho es solo el primero de una serie de eventos peculiares que se irán sumando durante su estadía, y que parecerán estar asociados entre sí. 

De acuerdo a la intención autoral, puede decirse que el cine hace sus propias demandas respecto a la posición que supone del espectador, de allí que ver una comedia romántica o una película de acción implique un ejercicio distinto que ver un documental o una película de arte y ensayo. 

Enfrentarse a Cosmos es justamente eso, un ejercicio, que en este caso invita a considerar y reinterpretar constantemente los diferentes elementos que se van sumando a la historia, pero esto, más que una implicación termina siendo una necesidad, un inevitable deseo, como espectador, de encontrar conexiones plausibles, de darle un orden al caos. 

Lo cautivador de esta historia no solo reside en su singularidad, sino en el tono y el ambiente que logra crear, gracias a la conjugación de unos personajes estrafalarios e impredecibles, puestos en situaciones igualmente particulares, y su tinte marcadamente dramático que por esta vía deriva en absurdo.

Dentro de la lógica de Cosmos, estos personajes se encargan de naturalizar lo extraño, los diálogos que intercambian no siempre se corresponden sino que cada uno parece estar en su mundo, y repentinamente, opinar o actuar de manera casi errática, en especial Witold, quien toma como inspiración para la escritura de una novela los sucesos por los que atraviesa durante su estadía y el repentino apasionamiento que experimenta por Lena, la hija de los dueños.

El hilo dramático de la película está trazado por los descubrimientos de las diferentes pistas que se van develando, estas claves se acumulan y se yuxtaponen a lo largo de la trama y son constantemente evocadas por el protagonista, quien las descifra a su manera y las mezcla con sus propias fantasías tratando de construir un sentido. De esta manera, el filme se convierte en un recorrido a través de la explosión de emociones de los personajes, cuya cotidianidad se ve afectada por los hechos extraños que van ocurriendo y las alteraciones que estos provocan en el orden de la casa, una marea dramática matizada por la comicidad del absurdo.

En ocasiones la puesta en escena parece una suerte de continuo performance, sea por las interpretaciones actorales, que de forma constante hacen referencia al cine, la literatura y el arte en general, por la constante declamación de los personajes, o por la disposición de los elementos que se construye desde el montaje. 

Más allá de decodificar el juego formal y estético que propone la película, resulta enriquecedor despojarse de la convención de encontrar en el cine un reflejo de lo real, y entender el filme como un viaje que deja entrever las pasiones y pulsiones de la naturaleza humana, una construcción poética que bien podría considerarse cercana al surrealismo, y que evidencia la libertad de Żuławski para rehusarse al empleo de las narrativas tradicionales en beneficio de la transfiguración de la realidad y la interpelación al espectador.

Como en el cosmos, en medio del caos la entropía encuentra nuevas dinámicas de orden, quizá son estos fenómenos de sublime belleza los que podemos augurar ahora, en medio de una contingencia en la que parece que el futuro se desdibuja. Este impasse no sólo da lugar a la incertidumbre, también es un alto que nos invita a la búsqueda de dinámicas alternativas para relacionarnos con el presente, quizá más trascendentales y más humanas.

 

Los días de la ballena: resistir Medellín y nadar a contracorriente

Catalina Arroyave siempre quiso hacer cine como guionista y directora; lo poco que la acercó su carrera cuando estudiaba Comunicación Social en la Universidad Eafit a su sueño la llevó a migrar a Argentina en donde la educación gratuita le permitiría estudiar guión y cine en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y así, por primera vez, escribió y dirigió su primer y único cortometraje hasta ahora: El truco (2010). Luego de nueve años volvió a escribir y a dirigir un proyecto cinematográfico, esta vez de proporciones tan grandes como las de una ballena azul. Detrás de su ópera prima hay años de mucho trabajo y multiplicidad de roles, pues Catalina además de haber sido productora, asistente de dirección y directora de casting en diferentes proyectos con los que nutrió su pasión y profesión, cofundó también hace nueve años junto a otros seis entusiastas Rara Colectivo Audiovisual, su casa productora y hogar cetáceo en el que ha logrado nadar en contra de corrientes que han querido limitarla a su entorno de origen, al deber ser de la clase media paisa en la que creció y a mantenerse al margen de temas y oficios que aún algunos creen ajenos a las mujeres en el cine.

Los días de la ballena narra la historia de Cristina y Simón, dos jóvenes grafiteros en Medellín que, sobre las amenazas pintadas en los muros por el combo del barrio para infundir el miedo estos dos artistas, deciden pintar una gran ballena con la firme intención de resistir y rechazar la censura y la imposición del miedo como método de control.

Como realizador audiovisual quise acercarme a Catalina para conversar y entender las otras luchas en su proceso de realización y las resistencias que hay detrás de su ópera prima como cineasta en Medellín.

Por Daniel Mateo Vallejo

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

En tu película hay tres momentos simbólicos que llevan al espectador al asombro de verse ante imágenes inusuales en un cine que representa a Medellín, ¿cómo crees que se ubica tu película en la tradición del cine hecho desde esta región?

Me parece que nuestra película hace parte de una tradición en muchos aspectos, sobre todo por el uso de actores naturales y por la aproximación a la calle, a querer contar unas realidades de la ciudad y no solamente de unos personajes particulares. Creo que tiene una apuesta y es que explora el terreno también de lo poético y de lo íntimo, de lo que pasa al interior de las casas, en el mundo interior de unos personajes, en unos diálogos cercanos, triviales, que lo que están haciendo también es revelando el amor —Laura Mora me dice que nuestra película sobre todo es escasa porque en Medellín poco se ha hablado del amor  entonces me parece que se inserta en esa tradición de alguna manera con elementos que la hacen común a otras, pero el elemento poético de la ballena sí que hace que al menos haya un código de lectura que lo que está proponiendo es, para mí, no contar la realidad, la verdad de una ciudad sino un punto de vista. 

Un punto de vista que además quiere que el espectador dialogue desde sus propias impresiones, que haya espacio para que no solamente veamos la realidad si no una aproximación metafórica de la realidad; creo que igual Víctor Gaviria ya había creado momentos surreales de alguna manera en sus pelis, pero Los días de la ballena lo que propone es entrar en el terreno de lo metafórico si se quiere, de lo simbólico. Nuestra película aporta una aproximación a la clase media que también ha sido bastante escasa en la cinematografía local, hemos insistido mucho en lo marginal también porque es muy doloroso, entonces creo que nuestra película tiene un querer hablar desde una voz propia y una mirada particular, eso creo.

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

Los días de la ballena al evidenciar cómo en esta ciudad estamos sometidos o acostumbrados día a día a convivir con la violencia o el crimen organizado ha sido asociada e incluso comparada con largometrajes como Matar a Jesús, de Laura Mora o Los nadie, de Juan Sebastián Mesa y Monociclo Cine, ¿crees que hay una única Medellín a representar desde el cine?

Me parece que de alguna forma la comparación es natural en la medida en que se está hablando de jóvenes en una ciudad que tiene características de violencia, pero creo que la apuesta de cada película es muy distinta, no solamente narrativa sino estéticamente, son miradas muy diferentes a Medellín. Creo, por supuesto, que no hay una única Medellín en el cine, todo lo contrario; cada vez más en el nacimiento de una pluralidad de voces mayor vamos a tener distintas ciudades retratadas y no solamente lo que se está mostrando sino cómo se está mostrando. Creo que a nosotros nos hace falta explorar los géneros, explorar también lo queer; para mí eso también es una cosa que hace falta en nuestra ciudad que apenas están haciendo por no hablar de lo que falta en términos experimentales, también hay un miedo a hacer narrativas más desestructuradas porque siento que apenas estamos empezando a contar a Medellín en el cine.

Pienso en los últimos diez años y creo que en comparación a las veces que se ha contado cualquier capital del mundo, aquí apenas estamos entendiendo cómo aproximarnos de otras maneras a contar a Medellín. Me parece también importante decir que las mismas comunidades, distintas comunidades encuentren las posibilidades financieras para contarse a sí mismas, creo que en este momento hay un esfuerzo en ese sentido, como de poner la voz, los recursos en distintas partes, que no se quede todo en un solo género, una sola clase social la que esté hablando, entonces creo que eso también es interesante y va a ser muy interesante dentro de diez años.

Si en tu película Cristina y Simón desobedecen el control e imposiciones por parte de los combos, ¿a qué se confronta o qué resiste en su cotidianidad Catalina Arroyave en Medellín?

Yo creo que mi mayor desobediencia ha sido no creer en el deber ser de una mujer de clase media de esta ciudad, a mí se me dijo mucho que no podía ir, que no podía decir, que no podía ser, y yo muy pronto decidí desobedecer a esa norma. 

También a desobedecer que hay ciertos espacios que en teoría no puedo habitar por ser quién soy, porque soy vulnerable a la violación o qué sé yo; he querido romper cada una de las burbujas que me han sido impuestas y he querido no quedarme en un lugar cómodo sino encontrarme verdaderamente con habitar la ciudad, con poder entender cómo la habitan las distintas personas que estamos en ella; he desobedecido el pensar que la calle no puede ser para mí, que la noche no puede ser para mí, que los barrios que no fueron los barrios en los que nací no pueden ser para mí y creo que en esa medida hay una desobediencia del estereotipo. 

Creo que hay un tema de la economía sexual en nuestro medio, en nuestro gremio que para mí tampoco es una posibilidad, que desobedezco en la medida en que no quiero y nunca voy a jugar nunca es una palabra exagerada pero no quisiera nunca jugar a que ser una mujer me lleve a ciertos lugares para aceptar propuestas que aparecen y formas de relacionarse con otros géneros desde ahí, entonces creo que desobedezco también en esa medida. 

Creo que finalmente mi resistencia también tiene que ver con perseguir una voz que sea mía, y eso es difícil, no aceptar las imposiciones que vengan de ningún lugar, no temerle a lo que diga el contexto próximo y tampoco a lo que pueda llegar a decir la gente que tiene “la verdad”, bien sea esto en la familia, en la ciudad, en la crítica, en el mundo del cine, no sé, creo que esa es la mayor valentía, perseguir la autenticidad.

El gremio audiovisual en Antioquia es mayoritariamente masculino ¿te impuso márgenes en la forma de trabajar, esas márgenes limitaron Los días de la ballena, o pudiste hacer la película que soñabas?

Como nuestra película nace en el contexto de Rara, y Rara ya había encontrado una lógica de trabajo que de alguna manera rompe con esa cosa vertical, patriarcal del cine, nuestro equipo por el contrario tiene una manera de entender la creación colectiva que permeó Los días de la ballena. En el rodaje había gente que se burlaba de que yo dialogara las decisiones que tomaba, o que hubiera pedido que no se gritara en el set, o que tuviera una forma menos autoritaria o no autoritaria de trabajar y eso generaba chistes. Para mí es importante entender que en el cine hay una pluralidad de voces y creo que yo tenía un equipo extraordinario, siempre lo tuve, a lo largo de la creación de la película estuve acompañada por múltiples creadores que creo que aportaron mucho a lo que finalmente hoy es nuestra película.

Hay muchos detalles que no vinieron de mí sino que vinieron de la gran creatividad de mi equipo y el gran compromiso que siempre hubo en ellos; por ejemplo, cuento la historia de que “Maca” que es la utilera de la película fue la responsable de que el mico que Simón le entrega a Cristina tenga una areta y una cresta, y a partir de eso se creó una de las escenas que a mí me parece más interesantes de la peli donde hay una intimidad de unos personajes muy imperfectos que se relacionan en el deseo, en el chiste y la burla. Otra cosa que fue muy tremenda y también vino de ella es que en unas escenas que hacen parte del final necesitábamos crear una atmósfera de tensión alta y ella propuso utilizar una sangre real, y eso logró una atmósfera muy densa que también aportó a la creación del personaje por parte de Laura Tobón, la actriz.

Hay un error en el póster, la película no es de Catalina Arroyave, es escrita y dirigida por mí, pero es de un equipo enorme, muy grande, y creo que esa comprensión tiene que ver también con tratar de abandonar la lógica de lo patriarcal, entender que hay una manera fluida y colectiva de hacer las cosas; de alguna forma es revelarse contra el machismo y contra esas estructuras que nos han impuesto lo vertical.

Fotografía: Cortesía Los días de la ballena.

¿Cómo Rara Colectivo es un acto de resistencia en Medellín?

Me parece que nuestro mayor acto de resistencia fue apostarle a lo colectivo desde siempre, o sea, entender que juntos íbamos a crear y a entender que no íbamos a apostar a tener un nombre y a que eso sobrepasara el deseo colectivo, mantenernos juntos ha sido nuestra mayor resistencia, como poder sobrepasar la cantidad de obstáculos económicos, emocionales que ha supuesto crear a Rara; abrir camino en el monte con un machete sin filo como diría nuestra amiga Rarónica ha sido, me parece a mí, como el mayor acto de Resistencia. 

También ha sido muy difícil en términos prácticos encontrar una manera real de ser siete y estar ahí, permanecer. Y reinventarnos también me parece que ha sido un acto de resistencia, de entender que no nos podíamos quedar pensando que las cosas iban a ser como lo supusimos en el primer año, ni en el segundo ni en el tercer y que cada tanto tenemos que replantearnos nuestro modelo, eso también me parece un acto de resistencia y finalmente creo que en esa medida y en seguirle apostando a esto que nos inventamos cuando mucha gente nos llamaba ingenuos ha sido una forma de decir, de resistir, de permanecer y creo que la mayor resistencia es querer hacer cine, no habernos doblegado ante la posibilidad de hacer o de que nuestra vida girara en torno a otras cosas; solamente eso, dedicarse a hacer cine ya es un acto de resistencia mayor.

¿Dónde está esa ballena y qué crees que dirá en los muros el tiempo que exista?

La ballena existe, está en Envigado, en la fachada de la Universidad de Envigado, ha pasado algo bello y es que la dueña de la casa nos ha contado que ha habido como un peregrinaje, que algunas personas han ido a conocer la ballena. Pero lo que creo es que un poco nosotros no vemos lo que nos está diciendo la calle, a veces pasamos de largo y estamos ahí frente a un lenguaje que nos está queriendo decir cosas sobre lo que pasa en las entrañas de la ciudad y a veces no lo vemos, entonces creo que hay gente que va a pasar y no va a ver nada más que una linda ballena que está pintada pero también hay gente que cuando la vea pues va a recordar una historia de amor y de desobediencia.

¿Qué viene luego de Los días de la ballena ? 

Viene seguir fortaleciendo a Rara, vamos a apostarle a terminar un documental que tiene David Correa que se llama Partes de una casa; ahora también estamos desarrollando el proyecto de Mariana Gil que se llama Siempre los leones rondaron siempre; tenemos también una coproducción de un corto que se llama La herencia y hemos estado trabajando en fortalecer nuestra casa en otros ámbitos: seguir siendo profesores, poder traer invitados a nuestra muestra de Cortos de largo alcance que se hace cada tres meses y finalmente yo también estoy escribiendo un nuevo guión que habla del despertar sexual de tres chicas en un colegio de monjas, ya tengo una primera versión, y mi mayor deseo, mi más grande deseo sería tener la forma de escribir esta nueva película, encontrar los recursos para escribirla bien, para poder vivir mientras la escribo y pues que luego podamos realizarla, eso sería muy bueno.