Durante diez años, Osmedo, maravillado por los fenómenos atmosféricos, consignó en un cuaderno y día a día el clima de Jericó; con una pasión casi científica, no solo se preocupó por registrar lo que pasaba en el cielo sino que además la vida en el campo le produjo el asombro necesario para tratar de entender los comportamientos del mundo vegetal y animal y, sobre todo, el de las abejas.
Osmedo de Jesús Ospina Muñoz nació en Jericó, Antioquia, en el año 1964 y creció en casas campesinas de bahareque y cancel, en las veredas de Altamira y La Estrella, donde no hubo energía eléctrica hasta su adolescencia. Es el mayor de ocho hermanos y su infancia discurrió alrededor del río entre nadar, pescar y jugar allí. Estudió en la escuela de Castalia, una escuela rural que quedaba a una hora a pie y albergaba niños de unas diez veredas. El año escolar se repartía en temporadas de juegos: de ruedas de neumático, trompo, pirinola, cometas.
Su padre se dedicó al comercio de ganado y durante algún tiempo administró una finca de café; su madre era ama de casa y en el hogar la economía funcionaba con la venta de alguna res o el intercambio de huevos, gallinas y quesitos. Y aunque en la casa no cultivaban más que algunas pocas hortalizas, el rededor sí era sobre todo cafetero. Cuenta Osmedo que “antes se hacía una caficultura muy diferente a la de ahora, porque era una caficultura con sombra de guamo y nogal, entonces usted miraba a lo lejos y no se veían cafeteras como ahora, sino que se veía monte. Había más biodiversidad”.
Y es que biodiversidad y conservación son palabras que han cruzado la vida de Osmedo pues además de conocer sobre la ecología de animales y plantas que lo rodean, se ha puesto en la tarea de repoblar con vegetación nativa las zonas cercanas a sus apiarios con el fin dejar flora disponible para la alimentación de las abejas. Esto no solo porque es la base de su actividad económica sino porque además la asume como una labor que conserva y aumenta la biodiversidad: “Desde hace unos años para acá se ha tomado conciencia en la conservación del medio ambiente y se sabe de la importancia de las abejas en el ecosistema por la polinización, entonces hay mucho interés en conservarlas. En muchas regiones en las que las abejas han desaparecido, bien por cuestiones del cambio climático o por fumigaciones, esos lugares han llegado a tener problemas de seguridad alimentaria. Regiones que producían su propio alimento, ahora les toca traerlo de otra parte como consecuencia de la falta de abejas”.
El interés de Osmedo por las abejas empezó desde que era un niño, a los seis años. “Me atraían”, dice; cuando era pequeño dañaba las colmenas, pero de abejitas sin aguijón. A las de abejas con aguijón, las alborotaba y cuando un panal se instalaba en el techo de una casa, se convertía en una excusa para jugar con los vecinos.
A principios de los 80 cuando Osmedo tenía 16 años, hizo su primer curso de apicultura en la Fundación Manuel Mejía en Chinchiná, Caldas. Lo iban a devolver por ser menor de edad; cuenta que lloró, hicieron una excepción y se quedó estudiando. En ese mismo año obtuvo sus primeras colmenas técnicas, por idea de un tío suyo. Se propusieron un trabajo en compañía, en la vereda Altamira de Jericó; allí su tío compró y dispuso las colmenas y Osmedo el trabajo. Luego, de nuevo en su tierra natal, se costeó el bachillerato y su vivienda en el casco urbano a punta de apicultura.
“Cuando aprendí a trabajarlas técnicamente, me interesé aún más. Yo trabajo la apicultura más que por lo que me genere económicamente, por la satisfacción que me produce trabajar con las abejas. Soy un apasionado y un enamorado de la apicultura. Se han presentado oportunidades de trabajar en otras cosas y con mayores ingresos, pero prefiero hacer esto. Me siento bien trabajando en apiarios pequeños”, cuenta Osmedo, quien empezó a trabajar con apenas dos colmenas y en sus primeros días como apicultor cometió los errores de un principiante y llamaba a su tío a Medellín y le decía: “esos animales son muy bravos, me están comiendo, yo no voy a ser capaz, es que ni con el traje”. Esa vez no le habían mandado el ahumador, el artefacto más importante para los apicultores, el aplacador de abejas.
Ahora, Osmedo cuenta con apiarios en las veredas La Viña (con 30 colmenas), La Soledad (con 20) y Altamira (con 67). En esta última se encuentra criando algunos núcleos para llevar a otras partes como Cauca Viejo y La Pintada. Esta disposición de sus apiarios en varios puntos del Suroeste Antioqueño le exige a Osmedo ser metódico en el seguimiento y las tareas que debe ejecutar en sus grupos de colmenas, además de conocer el tiempo atmosférico en cada uno de esos lugares que varían entre los 600 m.s.n.m bordeando el río Cauca y los 2.000 m.s.n.m. en una de las veredas de Jericó.
Justamente una de las labores más dispendiosas en los apiarios es la alimentación de sus colmenas. Este proceso de suministro artificial se hace por varias razones, entre ellas porque la expansión de la frontera agrícola, la deforestación o los cambios de uso del suelo han llevado a que disminuya la flora apícola y por ende la despensa natural del alimento de las abejas: néctar, polen y miel; además porque genera una producción constante de miel y ayuda a un mantenimiento más prolongado de las abejas.
¿Cuál es la forma tradicional de alimentación de colmenas? ¿Por qué y cómo ajustar este método? La siguiente es una historia gráfica del proceso de optimización de alimentación de colmenas que Osmedo diseñó para sus apiarios.