La casa de los Restrepo

Una de las formas de construir el espacio doméstico ha sido a través de la disposición y adaptación de ciertos objetos. Cada uno de ellos revela fragmentos tanto de la historia común de los grupos humanos como de sus vidas íntimas. Esta sección propone un recorrido a lápiz por los objetos y los espacios de las casas jericoanas y recupera la noción de cartografía como una forma de conocer el espacio en detalle.  La Casa de los Restrepo es una muestra de ello.

En marzo de 2016, Jericó fue declarado Centro histórico del ámbito nacional por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural. Este texto aborda los conceptos de patrimonio material e inmaterial a través de las reflexiones que una arquitecta hace sobre un interesante objeto doméstico que, con los años, ha adoptado usos diversos.

Ilustración: Daniel Piragauta.

Siempre me llamaron la atención los lavamanos sueltos de las casas de pueblo antioqueño; aquellos objetos me sorprendían anclados en la pared de un corredor o de uno de tantos espacios para estar. No tenía en mis códigos culturales contemporáneos la ubicación de un lavamanos fuera del baño.

Esta pieza pequeña me ayudó a entender una parte de la cultura y de unos rasgos que hoy siguen vivos a través de la memoria del espacio en aquellas casas de la colonización antioqueña de montaña, ésas que han sido reconocidas como patrimonio cultural por sus características arquitectónicas, las cuales son el reflejo de un vasto conjunto de tradiciones domésticas que conforman un patrimonio inmaterial.

Mis indagaciones me llevaron a concluir que este lavamanos fue producto de una tradición religiosa. Es sabido que en Antioquia, muchas costumbres provienen de allí, y el curioso lavamanos pareció no estar exento. Gran parte de la cultura antioqueña proviene de herencias judeo-cristianas que adoptamos y adaptamos a las autóctonas en los procesos migratorios de colonización.

Este lavamanos es una referencia al Aguamanil utilizado por los judíos y en rituales cristianos en la purificación antes de cada comida. La frase: «Mijo, antes de comer, lávese las manos», sigue pronunciándose. ¡Y cuántas cosas de nuestra cultura podemos entender a partir del acto del “comer”! La articulación de la familia alrededor de esta actividad se asumía como todo un ritual, del cual ese lavamanos era justo la antesala. Era el momento para compartir en familia, para ratificar su unidad y su propia herencia religiosa. El espacio del comer era digno de tal actividad; su arquitectura estaba dispuesta con todos los elementos para una acción tan importante. La majestuosidad de un espacio amplio albergaba un comedor grande, numerosos puestos y un bifé también grande que contenía las finas vajillas. Era un espacio cerrado, con vitrales o ventanas de madera que permitieran el control de la luz, independiente de todo lo demás, adecuado para darle el respeto que el acto del comer merecía en familia.

El acto final del ritual también era importante pues, en aquellas casas, muchos de sus espacios estaban destinados a la culminación de dicha ceremonia que comenzaba en los patios, donde se tenían animales y huertas para producir, cuidar, y asegurar su propio consumo. Desde el momento de las migraciones , las familias se trasladaban con sus animales, para asegurar sus alimentos, mientras que la producción fuera de casa daba sus frutos, de allí la existencia de tantos patios con tan diferentes usos dentro de las casas.

Las cocinas eran solemnes. Se trataba de espacios habitados constantemente; con sus alacenas como habitaciones independientes, sus mesones de preparación que rodeaban todo el espacio, enmarcándolo; eran amplios y rígidos, vaciados en cemento para soportar todo el trabajo que allí se hacía; sus anaqueles alrededor, donde guardaban las ollas, que no eran pocas ni pequeñas. Y el pequeño comedor auxiliar justo al lado de la cocina, el que ocupaban para los empleados domésticos o para comer algo entre las comidas importantes, ya que el otro, sólo podía usarse en las comidas principales, y con toda la familia reunida.

Entonces lo noté, el lavamanos no tenía una ubicación aleatoria, estaba siempre justo cerca del espacio del comedor. ¿Quién iba a pensar que aquel «desubicado» lavamanos era el objeto que permitía dar inicio al ritual que acarreaba tantos esfuerzos y actividades previas, de aquella actividad que era el reflejo de la cultura?


El patrimonio cultural de la Nación está constituido por todos «los bienes y valores culturales que son expresión de la nacionalidad colombiana, tales como la tradición, las costumbres y los hábitos, así como el conjunto de bienes inmateriales y materiales, muebles e inmuebles, que poseen un especial interés histórico, artístico, estético, plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, ambiental, ecológico, lingüístico, sonoro, musical, audiovisual, fílmico, científico, testimonial, documental, literario, bibliográfico museológico, antropológico y las manifestaciones, los productos y las representaciones de la cultura popular».

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