Un estudioso de las libélulas de Colombia que ha descrito más de una decena de estos seres escribió este texto sobre Santa Cecilia, corregimiento de Pueblo Rico, Risaralda, donde durante varias salidas de campo para la investigación de la biodiversidad de nuestro país, estuvo en los márgenes de una cordillera, en un lugar indómito y muy biodiverso pero aporreado por ejércitos.
Por Cornelio Bota
corneliobota@gmail.com
Biólogo e investigador
Entre montañas, nubes y todos los tonos de verde que se puedan distinguir y atravesada por el río San Juan y por una historia de aleaciones culturales, en el límite entre Risaralda y Chocó, entre las últimas faldas de los Andes, existe un pueblo llamado Santa Cecilia. Allí los Embera llevaban una vida seminómada hace algunas décadas, cortaban partes del bosque para sembrar maíz, yuca y lulo, cosechaban borojó y chontaduro, pescaban y cazaban con barbasco, cerbatana y trampas. Eran los tiempos en los que, aunque todos conocían los secretos de la selva, había un médico en cada grupo: el más viejo, el más respetado, el más temido, el que le había cambiado el alma por el conocimiento a los montes y que cuando muriera los espíritus de la selva lo reclamarían como uno de sus propios, como el Moan.

Conocí Santa Cecilia hace apenas cinco años y he tenido la oportunidad de vivir durante un par de temporadas allí explorando su diversidad biológica, pero sobre todo impregnándome de su cultura, de su historia y del sabor del primitivo, el borojó, el guacuco, el achín, el yuyo… delicias culinarias que van de la mano con una cultura completamente diferente y difícil de imaginar para cualquier colombiano del interior del país.

Don Blas enseñándonos obre las culebras en los bosques de Santa Cecilia, Risaralda. Foto: Cornelio Bota.
A Santa Cecilia llegó otro pueblo arrancado violentamente del África, violentado por la ambición y la ignorancia de un imperio… Algunos afrodescendientes lograron escapar de sus yugos e internarse en estas selvas, llevando su cultura, su dolor y su alegría a cuestas y poniéndole el sabor del ñame, el plátano y la gallina ahumada a la región, los ritmos, los bailes y su misticismo que los acompaña hasta en su despedida de este mundo en la que hay reuniones, comida y trago. Su vida es un canto hasta el final.

Quebrada Ranas de Cristal en Santa Cecilia, Risaralda. Foto: Cornelio Bota.
Por último, llegó el imperio, el Estado, a informarles a reclamar esas tierras como parte de Colombia porque, según los límites de un mapa dibujado en algún remoto escritorio, ellos eran parte de este proyecto. Descendiendo desde los Andes a lomo de mula por trochas difíciles y peligrosas fundaron en Santa Cecilia la Cárcel de Cinto, una de las prisiones más temidas de Colombia, donde la humedad, las enfermedades tropicales y el calor acababan con la salud del criminal más feroz en meses. Llegó la iglesia y se estableció una ruta de comercio hacia el Cauca, ruta que hoy, después de décadas del desmantelamiento de la Cárcel de Cinto, es la carretera Panamericana, principal vía de comunicación entre el Chocó y el interior del país y me atrevo a decir que una de las que ha cargado más madera y sangre; no solo la sangre de la selva, la guerra ha sido cruel en Santa Cecilia. La efervescente mezcla cultural, su posición estratégica en la base de la Cordillera y sus incontables riquezas naturales han llevado a diversos ejércitos a luchar por el poder de esta región.

Puente sobre el río San Juan, al fondo se observa la carretera Panamericana. Santa Cecilia, Risaralda. Foto: Cornelio Bota.
A pesar de la algarabía alegre que se siente en las calles de Santa Cecilia, a pesar de la amabilidad de sus gentes que siempre ofrecen un cariñoso saludo y te abren las puertas de sus casas y de su región, hay una particularidad demográfica que delata una historia cruel a la que se enfrentaron todos estos corazones: la mayoría del pueblo es mayor de 50 años o menor de 20, la violencia que se vivió hace dos décadas se llevó a una generación completa a otras tierras en el caso de los más afortunados, o a nutrir los suelos del Chocó en los casos más trágico.
Los Embera ya no son nómadas, desde 1991 son dueños de sus resguardos donde viven bajo sus leyes y su cultura. Paradójicamente el conocimiento de la selva que los llevó a ser grandes cazadores ahora juega en su contra, pues al no moverse periódicamente a otros territorios, las poblaciones de sus presas no se pueden recuperar y cada vez es más difícil encontrar una guagua o un guacuco para echar al fogón. Igualmente, los aserradores día a día tienen que ir más lejos y obligar a sus mulas a sortear obstáculos más peligrosos para obtener un par de tablas. Para acabar de ajustar, las palmas de chontaduro, desnudas en medio de los potreros o de cultivos de pan coger, sin el abrigo de los montes que siempre las acompañó, son víctimas del picudo, un escarabajo que las devora como si fuera un niño comiendo helado. Estos cambios han golpeado fuertemente la economía y las costumbres de Santa Cecilia; sin embargo, esta mezcla de culturas es resiliente y está dando la pelea, buscando salidas, nuevos cultivos, nuevas técnicas, nuevos negocios, haciendo un esfuerzo por adaptarse a las nuevas reglas del juego, no es fácil pero ahí van.

La selva después de aserrar. Santa Cecilia, Risaralda. Foto: Cornelio Bota.
El abuso por parte de soldados del Ejercito Nacional hace unas semanas, la violación, la violencia, la crueldad ¿volvieron o nunca se fueron?, no lo sé, pero lo que sí es claro, en medio de la tristeza, rabia e impotencia que me generó esta noticia, es que hay algo positivo: los abusos ahora se reportan, la gente habla de Santa Cecilia; el déspota, el tirano, el vil no tiene la impunidad de antes; esto me llena de esperanza y sé que aunque el proceso es duro, las cosas sí están cambiando, la región es cada vez más fuerte y el clamor por el cambio y por la paz se vuelven realidad poco a poco.
De todo corazón, acompañamiento y fuerza para la niña embera, su familia, su resguardo y cada uno de los habitantes de Santa Cecilia que están dando la lucha por una vida digna y feliz.

Mural “Breve historia de Santa Cecilia” ubicado en la plaza del pueblo elaborado por el
colectivo Biógrafos
en Santa Cecilia, Risaralda. Foto: Cornelio Bota.

Rana de Cristal Hyloscirtus palmeri. Santa Cecilia, Risaralda. Foto: Cornelio Bota.